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julio 05, 2013

El arco iris de gravedad - Thomas Pynchon

La vida de Pynchon es profundamente enigmática. Es un autor recluido, alejado, como un místico, de los medios de comunicación, de las entrevistas, del periodismo cultural, así como de los conglomerados de escritores. En sus apariciones estelares en la serie Los Simpson, Pynchon tiene puesta, de forma permanente y fatal, una bolsa con un signo de interrogación consignando su rostro.

Las novelas de Thomas Pynchon (1937 - ) siempre me han provocado una profunda inquietud y, a la vez, una prolija admiración por el talento narrativo del autor. El escritor nativo de Long Island posee una capacidad desbordante para combinar géneros literarios y volver compleja, por el arte de la digresión, el dato erudito y trivial, sus tramas y las diversas subhistorias que van girando como satélites y a veces como complejos sistemas de anillos. Las obsesiones que acosan a Pynchon recubren cada sedimento de su densa obra. Aborda como nadie el surgimiento de las inmensas redes industriales y de masas que se originaron a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Su primera novela, V., apareció en 1963, a la cual le siguió La subasta del lote 49 (1966), Vineland (1990), Mason y Dixon (1997) y Un lento aprendizaje (1984), el cual es una colección de sus relatos. Arco iris de gravedad, una obra maestra imprescindible, se publicó en 1973. Un año después, se le negó el Premio Pulitzer, ya que los jueces consideraron que la novela exponía acontecimientos indecentes y groseros. A pesar del rechazo obtenido del stablishment intelectual, en 1994 se le concedió el National Book Award.

El Arco iris de gravedad relata cómo es que Tyrone Slothrop, un militar estadounidense que trabaja en el departamento de inteligencia, ha sido objeto de un experimento relacionado con el Imipolex G, un plástico que terminará sirviendo para recubrir los cohetes. Laszlo Jamf, inventor del aislante para bombas, un alemán desquiciado y futuro científico nazi, llevó a cabo experimentos pavlovianos con Tyrone, hasta que condicionó los genitales de su conejillo de indias para que se excitaran ante la presencia del Imipolex G. Así, el protagonista sufrirá, en su etapa adulta, recurrentes erecciones involuntarias a consecuencia de los agónicos e invariables bombardeos que se ciernen sobre la Inglaterra de 1944. Su conducta inusual comienza a levantar numerosas sospechas en el paranoico ejército norteamericano. Convencidos de que Tyrone oculta un secreto determinante, deciden investigarlo insaciablemente.

Con esta novela, Pynchon trata de relacionar la pérdida de la sensibilidad natural con la paulatina intromisión y asimilación de la violencia planetaria en las estructuras psíquica de la humanidad. Obviamente, su protagonista, creado con una alta dosis de sarcasmo, simboliza la aparición de un nuevo espíritu de época, acorde con la apatía y la pérdida del espacio íntimo. Pynchon, anti-nietzschiano, aduce que a partir de la Segunda Guerra Mundial la posibilidad del ser humano se redujo a un súper hombre invertido: excitado con la masacre masiva, la violencia exaltada y la guerra a nivel mundial. Así, la idea de Nietzsche, de un ser superior, queda oculta bajo la forma de un ser anti-natural, condicionado a experimentar excitación por algo repulsivo.

El sarcasmo, elocuente por agresivo, radica en que los bombardeos cobran un sentido diametralmente opuesto al normal. Despojar de phatos dramático a un ataque, y fijar la rotación narrativa en los ejes testiculares de su protagonista, constituye una de las grandes burlas y críticas a las políticas militares y, por ende, al hombre surgido de esas experiencias traumáticas.

Para Pynchon, las guerras a escala mundial condicionaron al hombre a una insensibilidad extrema, muy preocupante, y que hoy en día parece dominar la escena de la cultura. La proliferación de películas de acción, de guerra y thrillers a los James Bond, no nos causan angustia ni despiertan en el espectador ningún sentimiento de aversión. Al contrario: se estimula un cierto morbo, un placer abyecto; un tipo de excitación. Estamos anestesiados por una cultura que ha normalizado la existencia e intervención de acciones militares para resolver conflictos entre países. Estamos condicionados por el marketing del cine y de la televisión, al punto que llegamos a consumir compulsivamente todo aquello que nos prometa un grado apreciable de escenas espectaculares.

Tyrone Slothrop aspira a ser la conciencia de todos aquellos entes enajenados adentro de la gran matrix de la violencia, hecha a imagen y semejanza del dinero. Aún más: cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos experimentado una excitación, una especie de orgasmo, un oscuro placer al ver las explosiones, los efectos, los tiroteos, el fuego y contrafuego de las acciones bélicas o al ir avanzando por los videojuegos de matanzas. Sin excepción, hemos sido cómplices de la guerra y la ignominia. Pero para nuestra tranquilidad, debemos saber que hemos actuado involuntariamente, condicionados por un CD, por un celuloide o un chip de silicio, no tan distintos del eréctil y orgásmico Imipolex G.


--Cortesía de Dino Trajeado.

 (05- julio - 13)
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junio 05, 2013

El pintor de batallas - Arturo Pérez-Reverte

Cuando terminé mis estudios en Glasgow me fui un par de años a África como reportero de una agencia local. Recuerdo bien la sensación de peligro en el Congo, como si uno estuviera en contacto con el pulso de la vida misma y sintiera su piel embadurnada con sangre. En ese periodo tuve que tomar algunas fotografías por mi cuenta. Agradecía los modestos cursos que hube tomado en la universidad y a la paciencia y a la pericia de mi fotógrafo.

En una ocasión me tocó asistir a una rueda de prensa efectuada en Sudáfrica. Un turista chino había desaparecido en la ciudad. Se le daba por muerto. La familia ofreció una rueda de prensa. El hermano del desaparecido estaba consternado. Conforme hablaba, se le quebraba la voz. Y aprovechaba las pausas de la traducción para tragar saliva. Sus ojos enrojecían. En un momento, cuando estaba a punto de terminar, tuvo que detenerse. Su mandíbula empezó a temblar. Mi fotógrafo y yo nos sorprendimos pensando al mismo tiempo: “Llora, llora de una maldita vez”.

En cuanto el hermano derramó la primera lágrima, una ráfaga de flashes estremeció la sala de prensa. Todos teníamos la foto que esperábamos. Todos salimos satisfechos. A veces, la práctica periodística te obliga a ser ciego para ver con claridad. No debes sentir, no debes pensar, no estás tratando con personas sino con titulares potenciales. Cubres a un niño mutilado y al día siguiente comentas: qué bien, el periódico me dio la primera página.

De eso habla la última novela de Arturo Pérez Reverte, El pintor de batallas, la más reflexiva de su autor. De hecho, el argumento implica ya una reflexión sobre la responsabilidad del autor de imágenes: el protagonista es un fotógrafo de guerra que se retira y se encierra solo en una torre a pintar una gran batalla. Pero su pasado lo alcanza, y le exige responsabilidades por sus fotografías, que han determinado la vida –y la muerte– de personas reales.

Los periodistas no pueden separarse de una obligación moral a la hora de escoger alguna fotografía. Las imágenes y textos no son sólo cosas que casualmente están ahí y se muestran al público. Están diseñados para causar reacciones, y a menudo no se controlan las reacciones que puedan producir. No sólo nos hablan sobre la realidad, sino que crean nuevas realidades.

Los que leemos el periódico tampoco somos inocentes. Las fotos nos traen el horror a casa, pero por eso mismo nos relevan de verlo con nuestros propios ojos. En realidad, generan más conciencia de lo bien que vivimos nosotros que de lo mal que viven los demás. Pero a la vez, nos permiten fingir que nos importa cómo viven los demás. No sabemos qué periódico es más veraz. Compramos el que nos haga sentir mejor con nosotros mismos, y lo comentamos con los amigos, con una cerveza.

La metáfora más bonita del libro de Pérez Reverte es la del efecto mariposa: el batir de las alas de una mariposa en América puede producir un huracán en África. En nuestro mundo interconectado, el clic de una cámara de fotos en Bagdad puede movilizar a miles de manifestantes en todo el planeta. Y también puede dejarlos indiferentes. Lo aceptemos o no, las imágenes del dolor ajeno extienden su campo de batalla hasta la puerta de nuestras casas, hasta nuestro tarro de mermelada, hasta nuestro café. Pero no lo sabemos aún. Quizás como afirme el narrador en uno de los momentos más deslumbrantes del libro, el universo es un animal dormido que abrirá su único ojo para enseñarnos que el caos, el desastre y el sufrimiento es nuestro único destino posible:

“No es la pirámide de Gizeh, o la esfinge, sino lo que de ellas queda cuando el tiempo, el viento, la lluvia, las tormentas de arena han hecho su trabajo. No será la verdadera torre Eiffel hasta que la estructura de hierro, al fin rota y oxidada, vigile una ciudad muerta a la manera de un espectro en su atalaya. Nada será en realidad lo que es hasta que el Universo, que no tiene sentimientos, despierte como un animal dormido, estire las patas desperezando la osamenta de la Tierra, bostece y dé unos cuantos zarpazos al azar”.

--Cortesía de Dino Trajeado.
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El huésped - Guadalupe Nettel

Finalmente he podido leer la versión definitiva de El huésped (Anagrama, 2006), la primera novela de la escritora mexicana Guadalupe Nettel. Después de un larga espera ha comenzado a circular en España y en México. Muy pronto aparecerá también en francés (en la prestigiosa Actes Sud), lo cual terminará de cuadrar el círculo para una autora que se formó en el Liceo Francés de la ciudad de México, que ha sido traductora de esta lengua —es una irredenta admiradora de Émile Ajar/romaní Gary— y ha vivido largas temporadas en París y en el Midi.

El planteamiento inicial de El huésped podría ser casi el de una novela de terror: una mujer que se siente invadida por una presencia ajena, odiosa y terrible, que poco a poco la invade desde dentro, y a la cual identifica con el nombre de La Cosa. Como sostiene la propia narradora, se trata casi de un alien —pero de un alien metafísico— que no sólo la irá carcomiendo por dentro, sino que la hará descubrir el lado oscuro tanto de su propia identidad como, por extensión, el lado oscuro —que es muy oscuro— de la ciudad de México. Sin embargo, en el estilo de Guadalupe Nettel —lírico y seco, corrosivo, a veces cruel— no hay una sola concesión a la literatura de género, a la facilidad o al suspense, sino una búsqueda obsesiva, en círculos concéntricos, de esa misma materia amorfa e implacable que constituye la esencia misma de la novela.

Impenitente, Guadalupe Nettel ha sabido introducirse en uno de los miedos esenciales de la condición humana para convertirlo en una metáfora del mundo exterior: El huésped —cuyo título evoca oblicuamente El inquilino de Polanski y me recuerda asimismo a Satanás de Mario Mendoza— se lee con avidez y angustia, con azoro y miedo, pero no tanto por revelarnos el Dr. Jekyll y el Mr. Hyde que todos llevamos dentro, sino por hacernos pensar que quizás sea el otro, La Cosa, quien habrá de sobrevivirnos.

--Cortesía de Dino Trajeado.
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Una investigación filosófica - Philip Kerr

Philip Kerr es uno de esos novelistas que rápidamente es proclamado como uno de los más brillantes de su generación. Como los personajes de Trainspotting (y claro, de Irvine Welsh) Kerr es originario de Edimburgo. La revista Granta lo ha mencionado como uno de los más destacados narradores actuales, junto a Ian McEwan y Welsh. Aunque su producción literaria no se ha traducido lo suficiente al español, su novela, Una investigación filosófica, ha tenido un gran éxito en el mercado de los lectores en lengua española. Lejos de usar el formulismo fácil del suspense, Kerr, inteligentemente, complica las cosas al grado de volver el tema del asesinato en una proposición de estirpe lógica. Ante las múltiples salidas filosóficas del delincuente, los protagonistas de la novela se sentirán, poco a poco, atrapados en un mundo donde las relaciones humanas se vician por el poder central que ejercen los valores morales.

Resulta sumamente estimulante recorrer un Londres futurista acechado por un homicida obsesionado con Wittgenstein y claramente superior a sus perseguidores. La trama se desarrolla en el año de 2013, momento en el cual la Unión Europea ha desarrollado un sistema análogo al de Blade Runner para descubrir a potenciales asesinos y mantenerlos vigilados con un sistema automatizado, regido por una computadora diseñada a lo Asimov. A dicho artilugio del gobierno se le ha dado el simbólico y pomposo nombre de “Programa Lombroso”, el cual se encuentra en una fase experimental.

Para proteger la identidad de los ciudadanos propensos a cometer crímenes violentos, se les ha asignado el nombre clave de algún personaje histórico de acuerdo a su personalidad. La protagonista de la novela, la detective Jakowicz, descubre que el asesino múltiple ha obtenido la lista completa de los virtuales delincuentes registrados en el “Programa Lombroso” y que, dramáticamente, bajo la teoría del bien de las masas, ha decidido cazarlos. Tendrá, a lo largo de esta aventura detectivesca, que salvaguardar a los criminales en ciernes consignados bajo los nombres de Darwin, Byron, Kant, Spinoza, Keats, Locke, Dickens, Russell y hasta a Sócrates.

La virtud del torcido y perverso némesis es que de manera ágil y hasta ilustrativa (sin volteretas cultas ni complicadas alusiones a los de por sí tenebrosos y difíciles textos de Wittgenstein) corrompe la lógica del filósofo de Viena con el fin de volverla una invencible y contundente lógica del asesinato. En un momento memorable de la historia, cuando Wittgenstein decide llamar por teléfono a la detective para retarla, el criminal realiza una parodia hilarante del famoso texto de Thomas De Quincey: El asesinato considerado como una de las bellas artes.

La atmósfera, densa, turbulenta, gótica y underground propia del anime y del comic, está saturada de precisas descripciones del paisaje y el estilo de vida en el futuro. En cierta forma, esta novela tiene abundantes puntos en común con la saga del "Caníbal" Lecter. Por ejemplo, el parecido entre la detective Jakowicz y la investigadora Clarice Sterling de El silencio de los inocentes es abrumador. De igual manera, el siniestro psicópata que ha adoptado la personalidad de un apóstata Wittgenstein recuerda en sus múltiples argumentaciones a las categóricas reflexiones de Hannibal Lecter.

Kerr, fascinado por la situación minimalista y la profundización en la psicología criminal en estado lúcido, convierte en una epifanía todo lo que toca con su peculiar estilo narrativo. Esta sugerente novela, que quizás inspire a pequeños asesinos adormilados, es un buen pretexto para encerrarse todo un fin de semana junto con la trilogía de Hannibal Lecter.

Para concluir, me permito una pequeña divagación. En el fondo de este relato imperdible, de igual forma, late la pulsión de Freud, en el sentido de que la civilización era, para él (retoma dicha idea Herbert Marcuse), la historia de las represiones. Sometidos y castrados por la autoridad del padre, aprendemos a mesurar nuestras actitudes y terminamos aceptando un conjunto de reglas morales y éticas como leyes incuestionables de la supervivencia. Dicha presencia, evidente pero no explícita, va a envolver la endeble mentalidad ética de la detective. Ella, en franco conflicto con una sociedad machista como producto de los frecuentes abusos de su padre, se sentirá obsesionada con el alto índice de asesinatos que los hombres cometen contra las mujeres.

Simpatizará con la cruzada sanguinaria de Wittgenstein para eliminar, de una vez por todas, a los criminales masculinos que podrían, de un momento a otro, cometer un acto violento. Dicho lazo hará que ella cuestione la noción del bien y mal que le inculcaron durante su educación y adquirido a lo largo de su experiencia en el ramo de la investigación delictiva. No podemos negar que el asesino oculto bajo el nombre de Wittgenstein terminará simpatizándonos misteriosamente, a pesar de sus crímenes, como si la ética hiciera eco en nuestra poca maquinaria lógica. Kerr, al final de cuentas, lanza una acérrima crítica-lógica y filosófica en contra de la sociedad estipulada, de antaño, por la conciencia represora de la civilización occidental.

Para cerrar, a modo de disfrute de fin de semana, dejo unos versos que aparecen en un momento cumbre de la novela de Kerr, de La tierra baldía de T. S. Eliot:

Tus brazos llenos y tu pelo mojado, no podíahablar y me fallaban los ojos, no estaba nivivo ni muerto, ni sabía nada,mirando en el corazón de la luz, el silencio.Oed’ und leer das Meer.

--Cortesía de Dino Trajeado.
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Tu nombre en el silencio - José María Pérez Gay

Hace algunos días hablé del problema de la identidad y, tangencialmente, al tratar la tesis de Benjamín, aludí a la necesidad que establece el autor de Frankfurt acerca de escribir una especie de contra-historia, aquella que sea capaz de darle voz a los vencidos. Milan Kundera expone en El arte de la novela que en Europa la narrativa no sólo se ocupa de combatir a los monstruos interiores de los individuos, sino también a los monstruos provenientes de afuera, es decir, a aquellos fenómenos que son producto de la historia. El novelista descubre “cosas que sólo una novela puede descubrir”: la teoría de Kundera sería incomprensible sin las visiones pioneras de Walter Benjamín. Como si se trataran de palabras del propio filósofo de Frankfurt, el autor checo cuestiona: “¿La existencia de la novela no es ahora más necesaria que nunca?”.

Para Pérez Gay, escribir sobre Alemania es una forma de “protegerse del olvido”, es decir, constituye una posibilidad para darle voz a las entidades marginales de la historia. En Tu nombre en el silencio, Alemania se vuelve a presentar como una cicatriz que el autor no ha podido cerrar. La novela es, dramáticamente, el medio para no olvidar que la cultura occidental está escrita con los documentos de la barbarie.

Como en los otros dos libros (La difícil costumbre de estar lejos, 1985, y El imperio perdido, 1992), Alemania es el punto de partida y de reencuentro. No es extraño: el autor ha vivido más de quince años en aquella metrópoli europea y ha recibido la Cruz al Merito en 1992 y la medalla Goethe en 1995, otorgadas por el gobierno alemán.

El protagonista de su novela, Ernesto Cardona, después de haber estado 20 años lejos de Alemania, vuelve a un congreso de sociología. A su llegada, una lluvia de recuerdos lo obliga a contar su historia, sus días de estudiante en la Alemania dividida por el muro en los años sesenta. Paralelamente narra la travesía de sus dos amigos latinoamericanos: el brasileño Nuno Arranches y el colombiano Alonso Vélez.

Abranches sale de Brasil para evadir la represión provocada por el golpe de mediados de los sesenta en contra del presidente Joao Goulart. Cardona abandona México por razones menos heroicas pero no menos importantes. Trata de alejarse de los problemas de su familia, que está irremisiblemente ligada a un abuelo revolucionario, enriquecido y muerto prematuramente, venido a menos por los brutales descalabros económicos ocasionados por un padre entusiasta de todo y triunfador en nada. Vélez se va de Colombia huyendo del infortunio familiar, pues su padre era un inteligente y astuto vasallo del dictador Rojas Pinilla. Vélez, incapaz de soportar la “proscripción y la vergüenza permanentes”, decide conseguir una beca para la Universidad de Berlín y así purificarse de la informe moral de su padre.

Bajo los distintos matices y enfoques de los tres latinoamericanos, Perez Gay recorrerá magistralmente la vasta historia de la Alemania sesentera. No sin cierto apasionamiento exactamente racionalizado, ameno y dúctil, el narrador erudito de tal travesía nos presenta la crítica y determinante discusión en torno al pasado y al porvenir de la Alemania posnazi en un contexto insidioso, en plena Guerra Fría y en un mundo que comienza a ser problemáticamente global.

Enmarcadas en un lúcido cuadro político e ideológico, las historias de amor están atravesadas desde la médula de su urdidumbre por las cicatrices de la experiencia nazi. Jóvenes leyendo a Habermas y soñando en la revolución como fórmula para redimir el pasado; adultos enfermos, depresivos, fantasmales, en conflicto con su experiencia traumática en la Segunda Guerra Mundial: ¿por qué pasó lo que pasó? ¿Fueron cómplices del indecible exterminio? De las universidades a los campos de concentración: la historia de Pérez Gay dista mucho de reproducir las pudibundeces formales y se abre, polifónicamente, hacia un problema cultural que no puede ser resuelto desde ningún punto de vista inmóvil, ni interno ni externo.

Los debates sobre el futuro de las revoluciones en América Latina bajo el manto sagrado de la revolución cubana, el Che Guevara, Herbert Marcuse, Camilo Torres y otros símbolos de la época, discurren a la par de las apasionantes teorías de Habermas y la corriente historicista en ciernes. No pueden ser más pertinentes estas reflexiones en este tiempo global de avalanchas negras y esperanzas cifradas en la insípida izquierda facturada a lo capitalista, como un póster del Che o como una taza con sentencias de Mao Tse-Tung y Mickey Mouse.

La novela aspira a ser una especie de “arqueología del saber” a contrapelo de la impronta encarnizada de las diversas versiones oficiales. Lo interesante de todo ello es que los focos de la acción están filtrados por la percepción y el lenguaje de tres personajes latinoamericanos, lo cual constituye un gran acierto. En estos tiempos de desorientación política, de guerras sin sentido por el poder gubernamental, resulta indispensable leer Tu nombre en el silencio para aclarar nociones confusas y bajar del cielo el sinnúmero de conceptos abstractos y rimbombantes que nos acosan actualmente.

Añado que la presencia trágica de Paul Celan, pero admirable (uno de los indiscutibles), flota espiritualmente, omnipresente, a lo largo de toda la novela. No es para menos: Celan representa al hombre que no puede sobrevivir al desastre ideológico y autoritario, al ser humano destruido en alma por la intolerancia y la violencia de un gobierno dictatorial, estigma que comparte, curiosa y fortuitamente, con Walter Benjamín. El trabajo de ambos da cuenta de los documentos de la barbarie, de cómo nuestra civilización se ha fundado en la opresión, en el castigo, en las matanzas, en los cadáveres de los derrotados. Reproduzco una frase de la novela que me ha amartillado desde el momento en que la leí y que, a mi ver, describe nítidamente el final tan lamentable de dos de los intelectuales más iluminadores de Occidente: “Sus cuerpos pudieron escapar del holocausto, pero sus almas no”. A manera de adelanto, reproduzco el fragmento de un poema clave, amenazante y tortuoso, que envuelve toda la atmósfera narrativa de Tu nombre en el silencio:


De noche,cuando el péndulo del amoroscilaentre el siempre y el nunca jamás,tu palabra derriba las lunas del corazóny tu ojo azul —borrascoso—le entrega el cielo a la tierra.Desde una lejana arboledaoscurecida por el sueñollega hasta nosotros el alientoy lo que perdimos transitainmenso como un espectro del futuro.Lo que ahora se hunde y se levantaquiere lo sepultado en la entraña:ciego como la mirada que cambiamos,el tiempo lo besa en la boca.
—Paul Celan, “Cristal”

--Cortesía de Dino Trajeado.
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Las correcciones - Jonathan Franzen

Cuando leí Las correcciones de Jonathan Franzen, no pude resistir compararla con la minuciosidad realista de las novelas de Balzac o con la amplia capacidad de observación que desborda toda la narrativa de Tolstoi. No es para menos: su libro le significó diez años de manufactura encerrado en un oscuro departamento en Harlem. El autor norteamericano ha sido aclamado unánimemente por diversos sectores de la cultura estadounidense. El diario The New Yorker lo calificó como unos de los veinte escritores más importantes del siglo XX; lo cual hay que tomar con muchas reservas a sabiendas de las acostumbradas alharacas vertidas por los grandes periódicos.

Franzen nació en Illinois, en 1959 y en 1988 obtuvo el premio Whiting Writer’s Award y en 2000 el American Academy’s Berlin Prize. En 2001 se le concedió uno de los galardones más importante en su carrera: el National Book Award, por Las correcciones, la cual, además, ya está siendo filmada. Ha publicado Ciudad veintisiete (1988), Movimiento fuerte (1992) y el libro de ensayos Cómo estar solo (2002).

Según su editorial, su hit rebasa el millón de copias vendidas. Su libro alcanzó popularidad rápidamente en más de treinta países. A pesar de ello, no debemos olvidar que el nombre de Jonathan Franzen ya había figurado a nivel internacional en una larga discusión desprendida de su polémico artículo “Perchance to Dream: In the Age of Images, a Reason to Write Novels”, aparecido en 1996. Franzen escribió sobre el desconsuelo experimentado en una sociedad comercializada que legitima y produce su aparato moral desde los patrones del consumismo indiscriminado, la tecnología y las ciencias médicas. Según el ensayo del escritor de Illinois, la novela, al ser despojada de su valor utilitario por obra del medio hostil del capitalismo, termina deviniendo, invariablemente, en un objeto arcaico. Las premisas básicas de su obra se fundan en una dualidad determinante: por un lado, la ingenua búsqueda de una cura para todas las afecciones; por el otro, la cruda realidad de conformarnos con el hecho de corregir los actos, las decisiones o la dirección de nuestra vida.

“No soporto la idea de que la ficción sea algo bueno para el que la lea, porque no creo que aquello que vaya mal en el mundo pueda encontrar un remedio. Y, de todos modos, si éste fuera el caso, ¿en qué me concerniría esto a mí, que justamente me considero un enfermo?”. Precisamente el tema de los padecimientos es la quintaesencia que abarca, como círculos concéntricos alrededor del señor Lambert, la totalidad de Las correcciones. El protagonista sufre un Parkison terminal muy grave. Sus penurias, sus graduales frustraciones, su situación de degradación, acentúan un aspecto en sombra de nuestras culturas: la soledad. El señor Lambert se enfrenta constantemente a su conciencia y al poder. Tras retirarse, su enfermedad comienza a manifestarse como secuela de su tortuoso trabajo. Alrededor de él gravita su familia, como satélites sostenidos por órbitas erráticas.

Gary es un inversionista que vive un matrimonio de pesadilla. Gary termina adquiriendo una terrible depresión y aceptando que no puede romper las convenciones familiares que lo atan al compromiso de la sociedad de consumo. La permanente sospecha de que nunca va a lograr un estatus de absoluto bien material, lo hunde en la depresión. Para colmo, debe soportar las alcahueterías y chantajes de una esposa inútil y vacía; añadido a eso, debe afrontar la educación y antojos de sus hijos. La raíz de sus males reside en el nacimiento de un nuevo tipo de familia: la que se da en el seno del capitalismo tardío. La kafkiana existencia de Gary oscila entre el dinero que sus hijos le exigen y las demandas patológicas de su esposa.
Denise, la hija menor de los Lambert, no escapa a esta oleada de enfermedades. Es una chica hermosa y tímida, en apariencia normal, pero el trauma de su primera experiencia sexual la persigue. A manera de evasiva, se involucra en desenfrenados romances. En dado momento de la historia, como una Bovary contemporánea, se encuentra abandonada por sus amantes, dedicada a su modesto trabajo y al cuidado de sus padres. Ella, al igual que Gary, al igual que su padre, padece una enfermedad mental que la lleva a experimentar un hastío torturante.

Para Chip, el discurrir de su vida es inimaginablemente incierto. Imparte cátedras en un colegio de paga en Nueva York, pero echa a perder su carrera al acostarse con una alumna que inicialmente lo provoca, pero que termina denunciándolo. Después de un lapso de drogas, alcohol y masturbaciones al por mayor, conoce a Gitanas, un embaucador que lo contrata y decidido a llevar a Lituania hacia la prosperidad capitalista por medio de una página de Internet. Pero a los meses, con Lituania hundida en constantes conflictos civiles, Chip emprende el regreso a su hogar. Él, el hijo impulsivo, oscilante, sin moral, de pronto se convierte en el eje familiar. La narrativa de Franzen, desde luego, posee ácidos, pero sutiles tintes de ironía como éste. Chip no es más que otro fracasado del linaje Lambert.

La familia de Las correcciones nos ofrece, a través de un rico cuadro realista, los conflictos y repercusiones hondas del poder en la conciencia humana. Su versión de la microfísica del poder capitalista se sintetiza con el suicidio del padre. Desesperado, bajo los efectos de una depresión agobiante, bajo las alteraciones sin remedio de su Parkison terminal, el padre insiste en que sea sacrificado. Comienza a negarse a comer sus alimentos hasta que muere por inanición.

Por fin la señora Lambert se siente libre para hacer planes a sus 65 años de edad. Franzen, de nuevo, bajo una visión lúcida y cruel, se burla. Se trata de una visión corrosiva de la filosofía del progreso. La señora Lambert constituye la fuerza incansable que intenta normalizar el devenir de la vida. Esa visión ingenua, de seguir pensando en el futuro, en los planes, a final de cuentas es la última corrección que se debe atender. Es la corrección determinante. En un medio enfermo, nos dice Franzen, el sufriente es incapaz de dar con la cura; sino con puras e ilusorias, permanentes, correcciones.


--Cortesía de Dino Trajeado.
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Las partículas elementales - Michel Houellebecq

En los escasos meses que viví en Francia en el año de 2005, tuve la fortuna de presenciar un debate intelectual en el ambiente literario europeo. El sólo nombre de Michel Houellebecq supone actualmente un vestigio de subversión tan ausente en la atmósfera soporífera de la literatura francesa, que aplaudo de manera superlativa el arte narrativo del temerario autor francés que a continuación me dispongo a reseñar.

Sus libros, muy de moda en la intelectualidad europea, han desatado pasiones y discusiones en las letras del viejo mundo. Con su segunda y última novela, Las partículas elementales, las tensiones y las divisiones de puntos de vista acerca de sus obras han vuelto a atosigar la escena de la literatura, carente desde hacía mucho tiempo de un escritor que, en Francia por lo menos, fuera capaz de poner en duda el esquema de la conciencia cultural. En su anterior trabajo, y opera prima, Ampliación del campo de batalla, Houellebecq arremetió de forma indiscriminada contra el neoliberalismo, tan en boga hoy en día. Según Houellebecq, el capitalismo multinacional ha convertido cada aspecto de la vida en pequeñas parcelas de mercado.

Las partículas elementales llaman la atención porque su protagonista es un personaje de dudosa validez en la frivolidad del capitalismo global: un varón blanco, inteligente y triunfador. Además, es profesor de literatura y vive obsesionado con sus estudiantes mujeres. El segundo a bordo en la historia es su oscuro hermano gemelo, científico y amargado, encaprichado con la idea suprema de conquistar al mundo a través de la clonación.

De igual forma, Houellebecq se centra en los disturbios estudiantiles de mayo de 1968 en Francia, así como en las ridículas fases de la liberación sexual como una de sus consecuencias. Y es que es inevitable pensar en esto cuando iniciamos la lectura y nos damos cuenta del sorprendente cuadro: una mujer burguesa, madre de dos hijos, reconvertida en hippie, que abandona a éstos en busca de la liberación sexual.

Houellebecq ha afirmado que sus personajes no son seres abocados al vacío del llamado absurdo existencial; sino que, en contraposición, son seres que no están absolutamente contentos con lo que les ha deparado la vida, pero que han persistido en ella de forma vacua: “El hombre es incapaz de amar, pues su hastío es mayor que la capacidad de relacionarse de una manera normal con los demás, con lo cual evita las complicaciones propias de la búsqueda del amor, del sexo”.

A consecuencia de todo esto, es fácilmente comprensible que la polémica estallara en Francia y, posteriormente, en otros países, en forma de debates, de pronunciamientos a favor y en contra. Houellebecq ha sido tachado de reaccionario por sus más firmes detractores y, por el contrario, agasajado por otros, como el diario Le Monde que, a propósito de su candidatura para el Prix Goncourt, premio que mantiene en vilo a la sociedad literaria francesa a lo largo de todo un año, apostó por él, aunque finalmente no le fuera concedido el galardón (sí obtuvo, sin embargo, el Prix Novembre).

Mientras tanto, las cifras de venta de Las partículas elementales se han disparado, convirtiéndose en un fenómeno social y editorial que ha sorprendido a editores y aun a la crítica, que tanto ha desdeñado el fenómeno “Houellebecq” por considerar que su literatura no es buena.

Además de eso, el autor francés se ha atrevido a aportar su voz para el disco Présence humaine, canciones en las que se limita a murmurar, tararear, hablar con esa voz cansina que delata a un hombre tímido y hastiado, depresivo y escéptico. Las radios francesas comienzan a dar publicidad al disco y ya aparece en los charts más populares de Europa. Tal como los personajes absurdos y ambiciosos de Las partículas elementales, Houellebecq intenta llevar a sus últimas consecuencias la premisa de su libro, hasta convertir su vida en una contundente metáfora de la inutilidad de los triunfos comerciales. Según esta mirada, el éxito en la sociedad capitalista sólo es un índice de decadencia, corrupción y degradación moral. Y éste es el punto en donde convergen todos los debates en torno a la literatura sarcástica de Houellebecq. De igual manera, es donde la clase acomodada, del buen gusto de la élite francesa y mundial, ve sus deformidades, porque se han contemplado en el bizarro espejo de la novela.

--Cortesía de Dino Trajeado.

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Ruido de fondo - Don DeLillo

Si se busca un representante claro de la novela norteamericana posmoderna, Don DeLillo es sin duda el más insigne. En 1985 se editó una de las narraciones capitales del posmodernismo: White Noise, traducida comoRuido de fondo y publicada por la editorial Circe en 1994. La historia se centra en la vida de una familia común por excéntrica: el padrastro, Jack, catedrático del seminario de estudios sobre Hitler en una universidad y divorciado cuatro veces; la madrastra, Babette, ama de casa aficionada a leerle las noticias a los ancianos; Heinrich, el hijo psicópata y aislado; Denise, hijastra que se erige en juez de la familia y Wilder, el más pequeño. También el mejor amigo de Jack, Murray, el George Constanza de la novela y profesor titular de la materia sobre accidentes automovilísticos.

La trama curiosamente “no trata de nada”. Tampoco es que sea digresiva, sino más bien mantiene la estructura de un show de televisión tipo Seinfeld. Somos testigos de los diversos hechos que van envolviendo a los familiares y que poco a poco se van uniendo en una estructura que resalta su caos. Narrada desde la voz de Jack, se nos presenta su inicial angustia por desarrollar estrategias de marketing para hacer más atractivo el seminario de Hitler, entre los que destacan su mediocre curso de alemán y su patético look nazi. Heinrich, el personaje antagónico, nihilista como todo joven ochentero, constantemente desafía y degrada a su padre poniéndolo en ridículo a través del uso de pruebas científicas recientes con el fin de refutar contundentemente su autoridad patriarcal.

Babette, por el contrario, tradicionalista y, por ello, alarmista, desea fervientemente morir antes que su esposo. Hacia la mitad de la novela, descubrimos que ha participado en un misterioso experimento para tratar de suprimir el miedo a la muerte con un comprimido. Involucrada en una relación turbia con el científico encargado de la investigación, Babette acciona el trauma del temor en su esposo para convertir la trama en un constante deseo de la represión psicológica. Rodeado por el bienestar capitalista de la euforia del supermercado, empujado a la compulsión de cuidar la salud, las calorías, el ejercicio y temeroso de los químicos de los alimentos, Jack anhela, más bien, el aura de un cuerpo resguardado en una burbuja de satisfacción al grado de hacerse adicto a los chequeos médicos exhaustivos.

El punto álgido llega cuando, debido a un accidente industrial, son evacuados de su distrito y se describe de forma sarcástica la euforia de la procesión de automóviles atorados en las autopistas para escapar del Niodeno-D. Tan irónico es el pasaje, que la nube tóxica (eso sí, seguida por varios helicópteros militarescon reflectores) parece tener voluntad propia y los persigue hasta los refugios. Jack, incluso, se expone al gas y niega, en todo momento, por miedo, los resultados médicos que le diagnostican que “quizás” desarrolle una “masa nebulosa”. Al final de cuentas, se sugiere que el ruido de fondo de la radiación, de las ondas de los electrodomésticos y cables de alta tensión son los responsables de los desajustes mentales, de los traumas y de las fobias, como si el exceso de progreso produjera miedo a la fragilidad. La novela está cruzada por la indiferencia y la ridiculez de una sociedad gesticulante, encaprichada por lo correcto. No hay sitio para el pathos dramático: todo parece reducirse a la imagen concreta de un falsamente arcano lector láser de códigos de barra. Usted entenderá.

--Cortesía de Dino Trajeado.
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Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay - Michael Chabon

Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay constituye una de las rarezas en el mundo de la literatura, no por su historia, sino porque es complicadísimo encontrarla disponible en español. Su autor, Michael Chabon, obtuvo el Premio Pulitzer con ella y fue publicada en el 2000. Dos años después, la editorial Mondadori puso a la venta su traducción castellana y hoy en día ni siquiera en las grandes librerías del país es posible hallarla. Y no es para menos, ya que el relato de Michael Chabon, que incluso ha colaborado para el guión de Spiderman 2, está basado en la genealogía canónica del cómic. Pocos ensayos han tocado el tema o hablado de la historia de este género de forma puntual (McCloud y Eco entro los pocos), labor que perfectamente lleva a cabo Chabon al profundizar en las implicaciones culturales de la historieta ilustrada.

La trama cuenta las peripecias de dos creadores que unen sus habilidades artísticas para enfrentarse a la crueldad de la Segunda Guerra Mundial. Joe Kavalier, obsesionado con las proezas de escapismo de Haudini, logra huir de la Praga asaltada por los nazis bajo la fabulosa sombra del Gólem, imagen que lo atormentará por toda su vida. Sam Clay es un prodigioso artista fascinado con los arquetipos y un ingenioso inventor de mitos, aunque acomplejado por ser judío en plena persecución alemana. Ambos crean a El Escapista, el más extraordinario hit de cómics en la época de Oro del género. Retrata, por supuesto, a los íconos históricos de este arte: Chester Gould, Alex Raymond, Jack Kirby y al magnífico Stan Lee.

A partir de ahí, Chabon examina con minucia, desde un punto de vista que pretende ser hebreo, a la sociedad norteamericana y da entrada a la bestia del capitalismo indiscriminado, que termina por devorar en el frenesí del mercado a la creación de Kavalier y Clay. La forma de la novela, que aparenta ser una biografía anotada, cuenta además el origen de El Escapistay el significado que implica ser un judío antes de la carnicería nazi. Con ello presenciamos de manera casi cinematográfica las aventuras de El Escapistacontra los altos mandos de las fuerzas hitlerianas, transportar al Gólem afuera de Praga e incluso rescatar a Salvador Dalí.

El furor de las constantes amenazas que encara El Escapista, sin embargo, comienzan a perseguir al mismo Kavalier, cuando un supervillano obseso emprenda una delirante cacería contra ambos creadores. La ficción de Chabon es imperdible, llena de trampas y referencias, de meditaciones sociológicas y culturales, todo sostenido sobre la precaria perspectiva del inmigrante judío, lo que dota a la novela de una complejidad al abortar la tradición norteamericana de elaborar narradores vernáculos. Un relato híbrido que se nos presenta bajo la forma de una biografía y que además se nos vende bajo el título de un cómic. Es sin duda un artefacto seductor por su mixtura, el cual engloba en clave sarcástica una diatriba contra el voraz mundo del mercado: tres productos en uno: oferta irresistible.

--Cortesía de Dino Trajeado
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