febrero 01, 2015

La caída de los pájaros - Karen Chacek

La novela de la multifascética escritora Karen Chacek, La caída de los pájaros, nos narra la historia traumática de la sociedad adulta a dos años de un suceso catastrófico: un diecinueve de abril las aves se precipitaron muertas sobre la ciudad. A partir de ese momento clave, los niños se sumieron en un sueño del cual no han podido despertar, monitoreados en los diversos hospitales y pabellones de atención médica infantil. Violeta, la protagonista de esta historia, tras sufrir un accidente en el Metro, y del que es la única sobreviviente, comienza a escuchar en su mente la voz de una niña, una especie de guía, una Virgilio que traza por el infierno de la ciudad desolada la ruta para que se encuentre con el Fabricante de Aves, un prestigioso dibujante de cómics al que Violeta admira, y el que permanece en arresto domiciliario por su sospechosa obra Remolinos en el cielo, una duplicación arcana de una fábula escrita, también, por la protagonista y que en una especie de mise en abyme precipita la misma historia que estamos leyendo.

El Fabricante de Aves, una especie de oráculo mentor, le explica a Violeta que ella es el vínculo entre  el mundo  de los adultos “despiertos” y el universo alterno, casi paranormal, donde los niños existen sin ser vistos por nadie (aunque en realidad, solo son percibidos, e interactúan, con unos pocos privilegiados). Para el Fabricante de Aves traer de regreso a los niños al mundo real significa reinventar o ver el resurgimiento del mundo.

Tras la lluvia de las aves que sumió en estado catatónico a los niños, los padres inundan los hospitales, en específico el Hospital Amistad, para cuidar el sueño de sus hijos. Como efecto inmediato, la industria comienza a ver mermada su productividad por el ausentismo masivo. El gobierno pide a las autoridades religiosas que intervengan enviando emisarios a sermonear a los padres para brindar aliento, pero, sobre todo, para liberar la “culpa de la conciencia colectiva” aduciendo una nueva interpretación de las Escrituras y animar a ver todo este trágico suceso como un acto divino de amor. Tras este lavado de cerebro, los padres continúan con sus vidas normales, monitoreando desde sus celulares, tabletas electrónicas o computadoras el sueño de sus hijos en los hospitales. Como ocurre casi siempre, lamentablemente, a los padres rebeldes, quienes se niegan a creer en estos nuevos principios religiosos, quienes asegurar haber tenido contacto con los niños, son enviados a “Sanatorios Subterráneos”, especie de fosas posmodernas habilitadas por el gobierno para separar a los adultos “locos” de los “normales” y mantener con ello el orden establecido de la lógica social del enajenamiento.

Violeta, así, comienza su periplo por la ciudad en donde va recogiendo indicios, señales palpables de la actividad de los niños, como los grandiosos grafitis con garabatos, dibujos de aves, de animales fantásticos o de arañas, que habitan en la ciudad y que nadie les presta atención (y sí se les presta atención, el gobierno los encierra en los subterráneos). Tras este planteamiento, donde al mundo imaginativo de la infancia se le opone la enajenación y el escepticismo adulto, la autora nos introduce en una urbe con tintes posapocalípticos, para señalarnos una ruta olvidada, misteriosa y distante a la actividad rutinaria del trabajo, del tedio posmoderno de la producción en masa, de la malsana sumisión a los objetos televisivos y multimedia: la que nos llevaría al reencuentro con la inocencia, con el espíritu creativo y lúdico de la imaginación del niño. Plantea la posibilidad de  diálogo entre mundos y transmundos, tan caro a obras capitales de la literatura como Peter Pan.  

En la distopía propuesta por la autora, que me hizo recordar gratamente a la película Niños del hombre, existe la represión y la apatía como ejes rectores de las normas de conducta imperantes. Capta ejemplarmente cómo un ideal de sociedad se desvía, fuera de control, y produce realidades a merced de fuerzas destructivas y deshumanizadoras. No es tan distinto a nuestra triste realidad nacional donde, quizás, nos hace falta comunicarnos con nuestros hijos y niños, pues padecemos las consecuencias de décadas y décadas de una mala y permisiva guía educativa, tanto en casa, como en la escuela o en el ámbito mercantil, donde va involucrada la producción basura de la televisión. Quizás si nos miramos a nosotros mismos con cierta inocencia infantil, podremos comprender mejor que nuestro futuro no es nuestro, que dependemos de las generaciones más recientes, de su particular visión que generalmente complementa y pone en duda nuestro escepticismo amargoso y casi ritual. Pienso que estos son mensajes que la autora ha sembrado inteligentemente en el yermo, en el páramo actual de la ciudad oscura que nos presenta y que recorre Violeta junto a la niña que la acompaña lúdicamente en esta fascinante travesía de encuentros, persecuciones gubernamentales y sueños infantiles en forma de animales que hablan, de dibujos proféticos y de escritura que linda entre el sueño y la vigilia.

Karen Chacek ha construido una novela que es indispensable leer, pero no solo una vez, sino varias veces para comprender sus secretos e ir descubriendo las finas interconexiones que nos plantea, un trabajo que me trajo a la memoria, por cierto, la novela del escritor japonés Haruki Murakami, con la que comparte ese nexo entre los mundos reales y fantásticos (y la influencia fascista de la sociedad) que nos habitan: 1Q84 (y por supuesto con la 1984, de Orwell, matriz de todas las distopías literarias). Así, al igual que la vasta obra del japonés, la novela Chacek nos ofrece una exploración llena de tesoros, encuentros con partes de nuestra propia infancia, que nos alienta a vincularnos más con ese “yo” perdido, sepultado bajo escombros de racionamiento y lógica.

Por ello, me pareció pertinente la referencia al Hombre ilustrado que la autora filtra (y se disemina) en algún momento de la novela, un relato de Ray Bradbury donde el autor nos muestra a un hombre en cuyo cuerpo se pueden ver montañas y ríos, se pueden escuchar murmullos, voces inquietantes, incluso se aprecia una vía láctea que se expande sobre su pecho, todo ello son prodigios que tienen el poder de predecir el futuro. El cuerpo como visión de nuestra historia personal, de lo que fuimos de niños, cicatrices invisibles, pero presentes. La Caída de los pájaros refuncionaliza este motivo, pero en lugar y a la par del cuerpo, la ciudad es habitada por ilustraciones, por voces paralelas, etéreas, de los niños. Es, pues, una lectura que superficialmente es breve y sumamente amena, pero resguarda en su interior numerosos pasajes, claves e indicios que la enriquecen y que exigen su examinación detallada. Así, he pensado como conclusión que en nuestra literatura hacen falta, además de los cuentos para niños, historias de niños, con sensibilidad infantil, como la presente obra, para nosotros, los adultos aún alienados.

NOTA: texto leído en la Feria del Libro de Hermosillo, Sonora, el 26 de octubre del 2014.

 (1 de febrero 2015)
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agosto 15, 2014

Cuernos - Joe Hill

Joseph Hillstrom King, mejor conocido como Joe Hill, es hijo del ahora escritor de culto Stephen King. Pero su prometedora carrera inició de forma distante y no fue hasta 2007, después de un par de libros publicados, entre ellos su primera novela, la elogiadísima El traje del muerto (Heart-Shaped Box en inglés), que el propio autor aceptó su identidad. Declaró en su momento que no quería obtener el éxito de forma automática solo por ser hijo de King, sino ganarse un lugar en las letras norteamericanas con base en su propio trabajo. A pesar de ello, en la narrativa de Hill resuena fuerte la influencia de su padre, las estructuras y las fórmulas, y se hace difícil saber si no es que hay alguna ayuda crítica o simplemente una inercia familiar inescapable.

En Cuernos (Horns, 2010), sin embargo, Hill demuestra estar listo para obras más ambiciosas, poderosas y, quizás, superiores a las de su progenitor. Tiene talento, ideas, dedicación y, sobre todo, tiempo para madurar y dar a luz una obra de referencia obligada en el siglo XXI, a la altura, por qué no, de un Salinger o Fitzgerald. Sin miedo a equivocarme, espero y tengo cierta corazonada de que Hill superará a su padre y será una figura destacada de la narrativa norteamericana del presente siglo.

Mi entusiasmo no es tan infundado y los lectores que se acerquen a leer Cuernos me terminarán dando la razón. En esta novela, Hill nos cuenta la historia de Ignatius Perrish (Ig,) un joven que vive con el pesar de haber perdido a su novia, Merrin, tras ser violada y asesinada un año atrás en un bosque que ambos acostumbraban visitar de forma idílica. Por si fuera poco, Ig es señalado por todos en el pueblo como el homicida, aunque haya salido bien librado del juicio gracias, a decir del vulgo, del poder de su familia bien acomodada. Así, pues, con estos antecedentes, una mañana, luego de una tremenda noche de borrachera, Ig despierta con un par de cuernos del tamaño de un dedo anular en su frente. Asustado, decide acudir al doctor no sin antes percatarse del peculiar efecto que los cuernos provocan en los demás: todos ven su cráneo cornado, pero a nadie le importa un carajo eso, más bien aprovechan para confesarle sus deseos más bajos, sus pecados más ocultos, sus manías y sus retorcidos planes, como si los cuernos tuvieran el poder de delatar el lado más salvaje, violento y obsceno de los humanos. Ig, a pesar de ello, oscila entre sacarle provecho a su condición y descubrir al asesino de su novia o buscar una solución a sus cuernos, sobre todo cuando descubre las más horribles opiniones que sus familiares y amigos le profesan a sus espaldas.

La historia está relatada en tercera persona, sin ningún tipo de experimentación formal, más que la a veces exasperante alternancia de planos, como cuando nos ofrece capítulos sobre el pasado, de cómo conoció el protagonista a su novia y a su mejor amigo y némesis, el turbio Lee Tourneau. Ig se dedica a recorrer el pueblo en busca de respuestas, en inicio, para explicar sus cuernos y, después, casi por carambola, resolver el misterioso asesinato de Merrin. Hill hace uso de sus dotes de gran narrador de misterios, pero agrega una ecuánime y amena pizca de humor negro que nos da como resultado una trama entretenida, que, si decae en partes, se recupera rápidamente. Sí es verdad que hay escenas que nos parecería que no aportan nada, pero todo encaja a la perfección. Se nota que Hill amó construir esta novela, sus detalles, y su esquema general, hasta su genial resolución nos recompensa por nuestra paciencia.

También Cuernos es una historia fantástica y un vertiginoso thriller. Le debe mucho a lo real maravilloso, a Gabriel García Márquez en específico (no por nada hay una mención a él), pero bebe sobre todo de las narraciones clásicas de la narrativa norteamericana: me refiero a la dura crítica del puritanismo, al estilo Hawthorne o del mismo Poe. Estamos ante escenas sobrecogedoras que estampan una naturaleza dionisiaca que amenaza a la cada vez más cuestionable moral (doble moral) de las clases medias y altas, aquellas que se forjan bajo la letra de la Biblia, a la luz del pensamiento cristiano más ortodoxo. Es la misma oposición entre pecado y moral, entre hedonismo y pudor, entre naturaleza y cultura: eros y civilización, como puntualizaría en su célebre libro homónimo Herbert Marcuse.

¿Quién define si un acto es un pecado que genera culpa o un impulso honesto, puro? Hill da dos respuestas: la culpa no existe, es solo la necesidad (casi un acto reflejo) de adecuar las acciones a las normas sociales; y, en boca de Ig, ya casi transmutado en Lucifer, afirma que entre el Paraíso aplazado por Dios y el paraíso instantáneo que ofrece un coño, el hombre escogerá al segundo, a imagen y semejanza de Adán. Y es donde Ig va encontrando comprensión, una sabiduría cínica (no por nada Ig parece más un sátiro), contracultural, y entiende que los pecados no son más que actos que entrañan una pureza peligrosa para la conservación de la civilización y los privilegios de los poderosos, claro, todo montado sobre el monolito de la religión censuradora. Para estas puntuales diatribas, hasta habrá lugar en la novela para un sobresaliente “sermón de las serpientes” que el protagonista argumentará de forma clara y simple, hasta reduccionista, pero apegada a lo que a veces escuchamos en boca de las nuevas generaciones acerca de valores en crisis, degenerados acaso, que ostentamos en nombre de una falsa ética derivada de una hipócrita concepción religiosa de lo sagrado (como el concepto de la virginidad en las mujeres o la censura de las relaciones entre personas del mismo sexo).

Hill no solo nos presenta una obra que, honestamente, pensé que sería una especie de Crepúsculo aún más hormonado, sino una crítica connatural al mundo intelectual norteamericano que opone (ya leitmotiv desde que los ingleses desembarcaron con sus modos puritanos en tierras nativas) el mundo del buen salvaje y el mundo donde el buen salvaje es corrompido por las leyes y las Escrituras. Es grato darse cuenta cómo el autor deforma la imaginería tan predominante en el cine de Hollywood, donde los niños tienen sus casas del árbol en un parsimonioso bosque, y en donde descubren el amor puro de una amiga para transformarse en hombres de bien que verán con nostalgia, ya como adultos, su infancia idealizada en los campos abiertos del medio rural norteamericano o en sus bosques más recónditos (Cuernos bien podría ser una reacción a la novela de su padre The Body, la cual inspiró la película Stand by Me).

Hill se siente más cómodo en una naturaleza despiadada y luciferina, en esos mismos escenarios, pero, hay que decirlo, donde hay violaciones, homicidios, pedofilia, acechanzas de asesinos en serie, de fanáticos religioso y pervertidos, ritos satánicos bajo el cobijo de zonas abandonadas, al mero estilo de True Detective. En general, la novela es ampliamente recomendable, añadiendo el plus de que pronto se estrenará la versión cinematográfica protagonizada por el ex-Harry Potter, Daniel Radcliffe. Aunque tiene sus puntos débiles, como las escenas innecesarias (pocas, muy pocas), se agradece el empeño que Hill le ha imprimido a su novela, esa constante búsqueda de armar una trama original, poderosa, que no escape ni tema al uso de imágenes, de símbolos, de arquetipos y figuras para formular críticas y edificar un humor realista. A final de cuentas, los buenos escritores se forjan en el riesgo, pero también en ese agradable (y cada vez más ausente) imperativo de otorgarnos historias bien escritas, con personajes trabajados y coherentes, que nos resulten inolvidables por sus virtudes y por su lucha interna por ser quienes son, inciertos entre el bien y el mal. 

 (15-agosto-14)
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julio 24, 2014

Muy pronto seré invencible - Austin Grossman

En 2008, la casa editorial Reservoir Books nos trajo la traducción de la primera novela de Austin Grossman, recibida con gran desconfianza por la crítica debido a que el autor es desarrollador de videojuegos. El año pasado, se publicó You: A Novel, su segunda novela. Muy pronto seré invencible es clasificada dentro de la nueva corriente de la narrativa norteamericana, aquella que privilegia asuntos fantásticos en entornos urbanos realistas, como las ficciones de Joe Hill, Patrick Ness o incluso su hermano gemelo, Lev Grossman. Cabría explicar que a esta corriente más bien la constituyen libros pensados para su adaptación cinematográfica, de forma deliberada. Es así que obtenemos novelas sumamente visuales, que si bien no desdeñan el lenguaje en la que están escritas, o el idioma más bien, sí es apreciable que manejan un código estándar y muchísimas referencias de la cultura pop.

Muy pronto seré invencible está narrada desde dos puntos de vista que se van alternando. Por un lado, el supervillano, el Doctor Imposible, el científico más inteligente del mundo, permanece en una cárcel federal especialmente diseñada para él. Como cuenta la contraportada, el Doctor Imposible ha tratado de dominar el planeta con ataques nucleares, con rayos de control mental de las masas, con ejércitos de robots, de insectos, de dinosaurios, de hongos y de peces, incluso ha viajado en el tiempo  para cambiar el curso de la historia pero sin ningún resultado favorable. Víctima de Fuego Esencial, su némesis jurado, el Doctor Imposible prepara un plan para, en definitiva, acabar con los superhéroes y conquistar la civilización de una buena vez por todas.

Por el otro lado, Fatale, una joven cíborg que tiene una memoria fragmentaria, es invitada a conformar el nuevo equipo de superhéroes (los Campeones) para afrontar la misteriosa desaparición de Fuego Esencial, el modelo perfecto del superhéroe, alter ego, pues, de Superman. La mayoría de los componentes del grupo tienen su doble perfectamente identificable: Lily (Mujer Invisible), Salvaje (el doble de Bestia de los X-Men), Míster Místico (Dr. Strange), Damisela (Mujer Maravilla) y Lobo Negro (Batman), mientras que Fatale, la coprotagonista, Elfina y Triunfo del Arco Iris no pude relacionarlos con algún personaje preexistente. Fatale, a lo largo de los capítulos que nos narra, nos muestra la vida cotidiana de sus compañeros en un afán de desmitificarlos, pero que solo queda como un esfuerzo lleno de buenas intenciones.

Grossman, enamorado de su pequeño universo plagado de seres especiales, falla al intentar mostrarnos una faz distinta del mundo de los cómics, más cruda y chusca. Tiene poquísimas similitudes con la canónica novela gráfica Watchmen, de Alan Moore, y con la titánica novela Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, de Michael Chabon (ganadora del Pulitzer en el  2001), para mí la única y gran novela de superhéroes con la que se tendrían que medir las demás ficciones que aborden este tema. Así, en Muy pronto seré invencible mayormente nos acercamos a los clichés del supervillano obsesionado con el dominio mundial, con sus planes estrambóticos, con su origen de perdedor, con sus castillos surreales y fortalezas de cristal construidas en islas desiertas. También acudimos al mundo de los héroes, casi deíficos, con clanes que incluso han abandonado el planeta para vivir en otros sistemas solares.

Intuyo, sin embargo, que Grossman no quería acercarse demasiado al realismo de un Alan Moore, aunque traslapa ideas ya contenidas en Watchmen, como la intervención del gobierno, la historia de los superhéroes en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría, y su insistencia en el retrato cotidiano. El autor no va más allá de datos históricos y se queda, mejor, en el kitsch del cómic tradicional: viajes en el tiempo para cambiar el rumbo de la humanidad, invasiones alienígenas, arquetipos del villano y su eterno némesis. Engolosinado, Grossman detalla excesivamente el origen de sus personajes, lo cual hace tediosa en momentos la lectura, sobre todo cuando el final de la aventura oscila entre el respeto al canon o la vuelta de tuerca, a pesar de que el autor, al parecer indeciso entre ambas posibilidades, deja la resolución en manos de un deus ex machina bastante cuestionable. Es una novela que entusiasmará a los amantes de este género, y que les regalará momentos excepcionales (la descripción de la isla es de lo mejor), pero que puede desesperar a los no tan imbuidos en este tipo de narraciones y, de paso, decepcionar a los que esperan una novela de misterio, aunque por momentos lo parezca, pues Grossman decide abandonar esta potencialidad en el mismo clímax de la historia.

 (24-julio-2014)
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diciembre 30, 2013

Los mejores libros del 2013

10. Loba, Verónica Murguía (SM)



Primera vez que el premio literario internacional Gran Angular lo obtiene un autor mexicano. Es una historia de fantasía épica que aborda, esencialmente, el rol de la mujer en un universo mágico gobernado por valores machistas. La autora se esfuerza al máximo por encontrar, no sé si con éxito, una resolución pacifista a su historia. Aunque la crítica la recibió de forma ambigua, la mayoría reconoce y resalta las virtudes de este magnífico libro. Es grato encontrarse con relatos inteligentes que refrescan la deprimente y mediocre producción de novelas juveniles que parecen ser transcripciones malas de guiones hechos en Hollywood. Sitio oficial




9. Cámara Gesell, Guillermo Saccomanno (Seix Barral)


Él es el escritor argentino emergente de los últimos años: ganó el Biblioteca Breve en el 2010 (con El oficinista) y este año obtuvo el Premio Hammett en España por esta novela, la cual ha sido objeto de innumerables elogios. En ella conjuga la crónica con el microrrelato (casi una página en promedio por episodio),  para hablar de la ciudad ficticia de La Villa, trasunto de Villa Gesell, en la que hierve el maltrato a menores, la violencia, la corrupción en la política municipal. Al acercarse la época alta de vacacionistas, los habitantes cierran la boca, asumen la complicidad de su sórdido entorno, con tal de mantener la falsa buena imagen ante los visitantes. Sitio oficial.




8. Matar al padre, Amélie Nothomb (Anagrama)

Aunque publicada en el 2011, no es hasta este año que Anagrama nos trae su traducción. Es una obra que advierte sobre la juventud actual, sobre el gris futuro que pende sobre esa generación, pero, ante todo, sobre nosotros, quienes seremos gobernados, cuando esos jóvenes crezcan, por ellos. Amélie nos cuenta la historia de Joe Whip, un joven de 14 años que vive con su madre y sus eventuales padrastros. Se genera una casi inmediata antipatía entre el joven y el más reciente amante de su madre, por lo que la progenitora le pide que se marche a cambio de mil dólares cada mes. Desde que tiene 8 años, Joe se refugia en la magia y decide dedicarse a ella confiado en que la mesada de mamá será suficiente para vivir, hasta que un día se encuentra con un hombre que lo manda con Normal Terence, el mejor mago de la ciudad. Esta novela, sin embargo, nos reserva su gran truco en la página final, donde conoceremos las verdaderas intenciones de Joe Whip. Sitio oficial.



7. Todo va bien, Socrates Adams (Pálido Fuego)


Es uno de los escritores jóvenes (nació en el 84, el muy maldito) más prometedores del Reino Unido. En su primera novela, claramente influida por Irvine Welsh y Tibor Fischer, Adams nos narra las desventuras de un vendedor fracasado de tubos de plásticos que debe lidiar con la explotación rutinaria, con un jefe insoportable y con la frustración de un sueldo mediocre, sujeto a metas e “incentivos”. Es una novela que mezcla la comedia con el pesimismo oficinesco de forma exquisita. Raro que las grandes editoriales hayan permitido que una pequeña, oscura casa de Málaga, los haya marginado de este talento. Sitio oficial.





6. Muerte súbita, Álvaro Enrigue (Anagrama)

Una novela devoradora y que se lee muy bien, heredera directa de la gran Terra Nostra del finado Carlos Fuentes, repasa, explora enérgicamente la historia de México, España y Europa. Quevedo y Caravaggio se retan al tenis en Roma, en 1599 (con una pelota hecha de cabellos humanos), para zanjar cuestiones de honor; el partido y la novela duran tres sets. El relato se duplica y narra cómo un mercenario francés roba las trenzas de la cabeza decapitada de Ana Bolena; cómo el papa Pío IV (padre de familia y aficionado al tenis) llena de hogueras Europa y América; cómo la Malinche le teje un tétrico escapulario a Hernán Cortés. En ella hay campo para una aventura histórica que se extiende al México barroco, con la caída de Tenochtitlán y la captura de Cuauhtémoc. Además, su arranque es un homenaje al espléndido inicio de Submundo, de Don DeLillo. Con este libro, Enrigue, un escritor dado por muerto en el panorama literario, se alzó con el 31 Premio Herralde de Novela 2013. Sitio oficial.


5. Ha vuelto, Timur Vermes (Seix Barral)

La ópera prima de Vermes entrega resultados difíciles de calificar: por un lado, su brillante y sencilla premisa nos seduce al instante: ¿qué pasaría si el Hitler de 1945 regresara de la muerte a nuestro tiempo? Dar voz narrativa a este Hitler, inmerso en el mundo de las comunicaciones globales, en una Alemania posguerra fría, indiferente, con una historia inundada con referencias precisas, con lujo de detalles biográficos, es una proeza. Sin embargo, por otro lado, personalmente pienso que Vermes se engolosina con su descubrimiento literario y, al final, no sabe qué hacer con él. Es una novela cómica, corrosiva, irónica y crítica con la política actual de la corrección y la tolerancia universal. Vermes, por más errores formales que ostente su novela, dota a su Hitler de verosimilitud a través del manejo e incrustación precisa de datos añejos, de sus manías, odios e ideales. Sitio oficial.


4.   Bloody Miami, Tom Wolfe (Anagrama)


Es una novela desmesurada, al puro estilo periodístico del grandioso Tom Wolfe. En 700 páginas, Wolfe nos entrega la radiografía de un Miami tomado por asalto por los hipanos, específicamente por los cubanos: un crisol de etnias en conflicto. Una ciudad donde los que ejercen el poder son políticos cubanos, policías negros, mafiosos rusos o marginales haitianos y donde no hay nada más raro que un wasp —blanco anglosajón protestante— como el que abre la historia. Aunque la crítica la ha recibido con dudas, sobre todo por la excesiva parafernalia técnica propia de Wolfe que ya denota cansancio de estilo, es sin duda una obra capital que nos acerca a los bajos fondos de un Miami sórdido, donde los latinos, en una generación, se han apropiado de los espacios tradicionales. Con esa mirada entre trágica y cómica, Wolfe nos lleva desde las barriadas hasta las grandes mansiones de millonarios obsesionados con el sexo y el dinero. Una obra, pues, infaltable en este 2013. Sitio oficial.


3. Operación Dulce, Ian McEwan (Anagrama)

Historia de espías, de escritores, de engaños, de amor y, también, del compromiso ideológico de las novelas. Se ubica en la Inglaterra de los años setenta, en el auge de la Guerra Fría. Serena Frome es reclutada en Cambridge por el MI5 con el fin de crear una fundación para ayudar a novelistas prometedores, pero cuyo verdadero propósito es generar propaganda anticomunista. Se enamorará del joven y brillante escritor Tom Haley, por quien se debatirá entre el engaño o confesarle la verdad sobre la operación que encabeza. McEwan regresa al manejo magistral de la psicología y a las trepidantes tramas, después de su fallida incursión en el mundo de la ciencia con su farragosa novela Solar. Es un gusto tener de vuelta al gran McEwan, ya un inmortal de las letras inglesas. Sitio oficial



2. 14, Jean Echenoz (Anagrama)

Como ya lo apunté en mi reseña, 14 es una novela muy breve que destaca por su lúcida prosa, exacta, sin más ni menos. Echenoz es un gran relator, un maestro de cómo el lenguaje, manejado de forma eficaz, produce historias significativas.  No me cansaré de poner énfasis en la forma en que Echenoz nos va llevando, desde el uso inteligentísimo y sutil de la ironía, a las inmediaciones de la masacre. En 14, nos narra cómo es que un grupo de amigos se enlista para entrar en combate, en una reyerta que, ingenuos, piensan que durará poco. Para ellos, es más bien un viaje vacacional que deben aprovechar. La realidad es muy distinta: están a punto de entrar al siglo XX, marcado por las masacres bélicas. Y es que fue la Primera Guerra Mundial la madre de todas las batallas por venir en ese siglo tan beligerante y, por si fuera poco, la que introdujo la tecnología de los bombardeos, de la aviación, de los campos minados, de los gases químicos letales, de las metralletas y obuses. Toda una oda a la carnicería. Echenoz retrata a aquellos personajes del siglo XIX, casi bucólicos, descendiendo al infierno que empezó en agosto de 1914. Sitio oficial.


1. Canadá, Richard Ford (Anagrama)

2013 fue el año de la vieja escuela: al retorno de Tom Wolfe e Ian McEwan se suma el del siempre clásico Richard Ford. Con una narración extraordinaria, Ford rinde homenaje a la tradición literaria norteamericana, que va desde Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, los cuentos de Nick Adams de Ernest Hemingway, pasando por Matar un ruiseñor de Harper Lee, hasta al inmenso Guardián entre el centeno de J. D. Salinger. Pero su fuente primigenia, sin temor a equivocarme, es la prosa exquisita de Dickens. Ford cuenta que la novela nació como un reto propuesto por Raymond Carver (se trataba de incorporar la palabra “Canadá” en el título). Y es que Ford nos lleva, a través de la huida involuntaria de Dell Parsons (narrador de este inmenso recorrido), hacia Canadá, desde el estado de Montana y sus pequeños pueblos, sus grandes llanuras, hasta llegar a Saskatchewan, solo para descubrir que la vida es durísima y que la soledad nos va destilando como seres humanos. Ford es eficaz, inmenso, preciso: ha creado una obra que entrará entre las más destacadas del siglo XXI. Y pues les dejo el primer párrafo, tan contundente y redondo como pocos: «Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en la senda que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contase esto antes que nada». Sitio oficial.



EXTRAS


Personalmente encuentro que la peor novela del 2013 se la lleva, y por mucho, la terrible La verdad sobre el caso Harry Quebert, del joven Jöel Dicker. Alfaguara ha orquestado una agresiva campaña para potenciar el prestigio (nulo, para mí) del escritor suizo y así vender, como una obra maestra, un libro basura que está repleto de clichés, de una pésima redacción, de una débil construcción de personajes y de situaciones inverosímiles. El trofeo se lo lleva el tal Luther Caleb, uno de los personajes más ridículos que he visto en mi vida de lector. Incomprensible que este libro haya recibido muchísimos premios, aunque también revela el bajísimo nivel de exigencia de los lectores que, al parecer, poco a poco se van acostumbrando a tomar como una obra cumbre, clásico instantáneo, lo que las editoriales imponen como una moda: libros sin ningún tipo de profundidad.



La decepción del año se la lleva Haruki Murakami, con su insostenible Los años de peregrinación del chico sin color (Tusquets), novela que es un compendio de los mayores defectos del escritor nipón. Vemos a un Murakami fuera de forma, acaso cansado y tedioso. Esta obra pone énfasis en las clásicas obsesiones del autor, como la soledad, el sueño y la irrealidad, pero sin añadir nada, como una fórmula que deja entrever grotescamente las costuras de la trama. Es una novela insustancial que fue publicada sencillamente para lucrar con el nombre del autor, que vaya que vende muy bien en donde sea. Es, pues, una novela fallida, de lo peor de Murakami, que, además, peca de pretenciosa utilizando abusivamente los lugares comunes. Sospecho que nos quisieron colar una historia de superación maquillada como una obra intelectualísima, nomás porque hay música clásica y referencias pobremente freudianas. 

 (30-dic-13)
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diciembre 23, 2013

14 - Jean Echenoz

“Habiéndose descrito mil veces, puede ser que no valga la pena demorarse más en esa ópera sórdida y pestilente. Puede ser, incluso, que no sea útil ni pertinente comparar la guerra a una ópera, y menos aún si no nos gusta la ópera y si, como es, es grandiosa, enfática, excesiva, llena de esperas penosas que hacen mucho ruido, y a menudo, a la larga, son bastante aburridas”, así justifica el genial Jean Echenoz la escritura de una novela brevísima sobre la Gran Guerra, en víspera de su terrible centenario. Y es que se ha abusado en literatura con la insistente ficcionalización de la Primera Guerra Mundial, el caldo de cultivo de todos los holocaustos del siglo XX, que ya hace cansino el trato de este tema en la narrativa actual. Sin embargo, Echenoz confirma que es uno de los escritores más dotados. En tan pocas páginas, es capaz de crear personajes entrañables y situaciones que erizan la piel.

Para Echenoz causa extrañeza cómo un puñado de personajes decimonónicos, con sus florituras, creencias arcaicas acerca del combate tradicional, con sus bandas casi bucólicas de guerra, fanfarrias propias de los salones de baile de Ana Karenina, desciende al infierno del siglo XX y son recibidos por obuses, terrenos minados y gases mortíferos. Son los mismos tipos que hemos visto aparecer en la narrativa del siglo XIX, en Balzac, Flaubert, Víctor Hugo, Tolstoi y Dostoievski, que cruzan el umbral del siglo en 1914, centuria que terminará hasta 1989, en Berlín.

Estamos ante una obra, sino cumbre, sí excepcional. Echenoz es capaz de una prosa encantadora y minuciosa, detallista pero no densa. Es un maestro de los ritmos y dueño de una mirada asombrosamente elegante y sutilísima en el uso de la ironía. En su novela narra cómo Anthime, un contador de 23 años, en la provincia de Vendée, se alista para combatir en una batalla que en Francia todos minimizan: durará 15 días y será como una excursión vacacional. Como reservas inexpertos, se alistan también los tres mejores amigos de Anthime y su hermano Charles, mientras que a la espera de su regreso queda Blanche (novia de Charles), quien se encuentra encinta. Por supuesto que la guerra no durará 15 días ni las trincheras serán un día de campo.

Con este marco, el narrador omnisciente se instalará hombro con hombro en los regimientos, como una cámara que fríamente, sin descripciones emocionales, recogerá las impresiones de los dantescos horrores de las batallas. Echenoz nos muestra cómo la primera guerra del siglo XX fue la primera guerra tecnológica: dio a luz a la aviación, a los gases letales, a las metralletas, a los cañones y minas. El narrador, sin ningún empacho, recorre los campos repletos de cadáveres putrefactos, de hombres mutilados en agonía, temerosos ante el combate, panoramas del hambre y la sed, de las refriegas y los traumas. Con un final asombroso, poético por su portento significativo, Echenoz es consciente de las monstruosidades que la guerra provoca y cómo ha cambiado la faz de la humanidad.

Libro altamente recomendable que representa una de los imperdibles lecturas del 2013 (aunque la versión vernácula es de octubre del 2012). Aunque lacónica, los detalles, el fraseo, la eficacia descriptiva, sin adjetivos estorbosos o indicaciones explícitas para dirigir las emociones, son admirables. Echenoz, sin problema alguno, da cátedra de cómo la simplicidad narrativa comunica más que los regodeos petulantes que ostentan ciertos escritores, más preocupados por frases impresionables que por la calidad de sus historias.

 (23-dic-13)
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diciembre 18, 2013

El francotirador paciente - Arturo Pérez-Reverte

Después de su elogiadísima novela sentimental El tango de la Guardia Vieja, publicada en el 2012, al final del 2013 Reverte nos trae una breve historia titulada El francotirador paciente que, superficialmente, se aleja de sus temas predilectos e incursiona en el famoso street art. En ella nos narra las vicisitudes de una académica especializada en arte urbano que acepta el reto de encontrar a un enigmático y evasivo grafitero conocido internacionalmente, con el fin de proponerle una exposición, la edición de su obra en ejemplares de lujo, que lo harán millonario y, con ello, darle coba para que ingrese al parnaso de la historia del arte tradicional, codeándose con los grandes, como Miguel Ángel, Leonardo y Picasso. Fusión de Banksy y Salman Rushdie, influenciado por las calaveras de Posada, el artista callejero, conocido por su firma Sniper, vive oculto no solo porque su actividad es ilegal, sino porque en una de tantas incursiones convocadas por él, a manera de reto a sus seguidores, uno de sus fanes muere accidentalmente. Tras el escándalo mediático, el padre del chico, un poderoso empresario, jura encontrar a Sniper y vengarse.

Como podrá adivinar el lector, la novela construye la imagen de Sniper a través de múltiples testimonios que pasan por la voz del personaje principal, pues está contada desde la primera persona. Acompañamos a la protagonista en sus pesquisas a través de Madrid, Lisboa, Verona y Nápoles. Reverte, para poder escribir esta novela, utilizó las técnicas del periodismo de guerra, tan bien conocidas por el autor, e incursionó en las pintas ilegales en compañía de grafiteros importantes en España y en Italia. Las sensaciones del ambiente callejero y la adrenalina de las grafiteadas ilegales (“Si es legal, no es grafiti”) las logra transmitir eficazmente. Todo el entramado novelesco refleja el trabajo de campo hecho por el autor en el submundo urbano de las pintas. Reverte prefiere el uso de un personaje principal lésbico para justificar, quizá, la tosquedad en la voz femenina, un recurso muy barato que palia las posibles filtraciones masculinas en ella.

La historia contiene los ingredientes clásicos de sus novelas: villanos e idealistas, los códigos del honor,  los antihéroes, la violencia y la indiferencia ante esta. A riesgo de arruinarles la trama, solo diré que El francotirador paciente responde al mismo esquema de la extraordinaria El club Dumas (1993)… hasta el desenlace es un calco de ella. En ese sentido, es lamentable el autoplagio, la estética formularia tan cara a esos libros best seller que inundan las estanterías de las librerías. Esta historia, tal parece, le sirvió a Reverte como una especie de ensayo sobre el estado del arte actual y ahondar, infructuosamente, en la vieja perorata que enfrenta arte comercial con arte “puro”. Al final, Reverte parece creer que la academia diseca y deshumaniza cualquier manifestación del espíritu humano. En tal sentido, es una novela intrascendente que no agrega nada al debate, una especie de híbrido mal concebido entre su Dumas y El pintor de batallas (2006).

El autor es muy consciente de sus limitaciones como narrador y se apega a su estilo incisivo, elegante en la elaboración de imágenes, preciso en el uso del lenguaje. Sin embargo, queda muy muy lejos de sus thrillers más brillantes, como la asombrosísima Tabla de Flandes (1990), El club Dumas (1993) y La piel del tambor (1995). Es un texto recomendable que mantendrá al lector promedio enganchado y que, tal vez, lo llegará a sorprender tras la resolución de las indagaciones. Personalmente creo que es una novela a la que le sobran páginas, a pesar de su brevedad, y que es más provechosa y superior cualquiera de las tres novelas que mencioné. Con las reservas del caso, esta historia interesará a los lectores ávidos de un suspense estándar que, al mismo tiempo, sirva para adentrarse en el complejo mundo de los artistas del grafiti.

 (18 - dic - 13)
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