junio 05, 2013

Las correcciones - Jonathan Franzen

Cuando leí Las correcciones de Jonathan Franzen, no pude resistir compararla con la minuciosidad realista de las novelas de Balzac o con la amplia capacidad de observación que desborda toda la narrativa de Tolstoi. No es para menos: su libro le significó diez años de manufactura encerrado en un oscuro departamento en Harlem. El autor norteamericano ha sido aclamado unánimemente por diversos sectores de la cultura estadounidense. El diario The New Yorker lo calificó como unos de los veinte escritores más importantes del siglo XX; lo cual hay que tomar con muchas reservas a sabiendas de las acostumbradas alharacas vertidas por los grandes periódicos.

Franzen nació en Illinois, en 1959 y en 1988 obtuvo el premio Whiting Writer’s Award y en 2000 el American Academy’s Berlin Prize. En 2001 se le concedió uno de los galardones más importante en su carrera: el National Book Award, por Las correcciones, la cual, además, ya está siendo filmada. Ha publicado Ciudad veintisiete (1988), Movimiento fuerte (1992) y el libro de ensayos Cómo estar solo (2002).

Según su editorial, su hit rebasa el millón de copias vendidas. Su libro alcanzó popularidad rápidamente en más de treinta países. A pesar de ello, no debemos olvidar que el nombre de Jonathan Franzen ya había figurado a nivel internacional en una larga discusión desprendida de su polémico artículo “Perchance to Dream: In the Age of Images, a Reason to Write Novels”, aparecido en 1996. Franzen escribió sobre el desconsuelo experimentado en una sociedad comercializada que legitima y produce su aparato moral desde los patrones del consumismo indiscriminado, la tecnología y las ciencias médicas. Según el ensayo del escritor de Illinois, la novela, al ser despojada de su valor utilitario por obra del medio hostil del capitalismo, termina deviniendo, invariablemente, en un objeto arcaico. Las premisas básicas de su obra se fundan en una dualidad determinante: por un lado, la ingenua búsqueda de una cura para todas las afecciones; por el otro, la cruda realidad de conformarnos con el hecho de corregir los actos, las decisiones o la dirección de nuestra vida.

“No soporto la idea de que la ficción sea algo bueno para el que la lea, porque no creo que aquello que vaya mal en el mundo pueda encontrar un remedio. Y, de todos modos, si éste fuera el caso, ¿en qué me concerniría esto a mí, que justamente me considero un enfermo?”. Precisamente el tema de los padecimientos es la quintaesencia que abarca, como círculos concéntricos alrededor del señor Lambert, la totalidad de Las correcciones. El protagonista sufre un Parkison terminal muy grave. Sus penurias, sus graduales frustraciones, su situación de degradación, acentúan un aspecto en sombra de nuestras culturas: la soledad. El señor Lambert se enfrenta constantemente a su conciencia y al poder. Tras retirarse, su enfermedad comienza a manifestarse como secuela de su tortuoso trabajo. Alrededor de él gravita su familia, como satélites sostenidos por órbitas erráticas.

Gary es un inversionista que vive un matrimonio de pesadilla. Gary termina adquiriendo una terrible depresión y aceptando que no puede romper las convenciones familiares que lo atan al compromiso de la sociedad de consumo. La permanente sospecha de que nunca va a lograr un estatus de absoluto bien material, lo hunde en la depresión. Para colmo, debe soportar las alcahueterías y chantajes de una esposa inútil y vacía; añadido a eso, debe afrontar la educación y antojos de sus hijos. La raíz de sus males reside en el nacimiento de un nuevo tipo de familia: la que se da en el seno del capitalismo tardío. La kafkiana existencia de Gary oscila entre el dinero que sus hijos le exigen y las demandas patológicas de su esposa.
Denise, la hija menor de los Lambert, no escapa a esta oleada de enfermedades. Es una chica hermosa y tímida, en apariencia normal, pero el trauma de su primera experiencia sexual la persigue. A manera de evasiva, se involucra en desenfrenados romances. En dado momento de la historia, como una Bovary contemporánea, se encuentra abandonada por sus amantes, dedicada a su modesto trabajo y al cuidado de sus padres. Ella, al igual que Gary, al igual que su padre, padece una enfermedad mental que la lleva a experimentar un hastío torturante.

Para Chip, el discurrir de su vida es inimaginablemente incierto. Imparte cátedras en un colegio de paga en Nueva York, pero echa a perder su carrera al acostarse con una alumna que inicialmente lo provoca, pero que termina denunciándolo. Después de un lapso de drogas, alcohol y masturbaciones al por mayor, conoce a Gitanas, un embaucador que lo contrata y decidido a llevar a Lituania hacia la prosperidad capitalista por medio de una página de Internet. Pero a los meses, con Lituania hundida en constantes conflictos civiles, Chip emprende el regreso a su hogar. Él, el hijo impulsivo, oscilante, sin moral, de pronto se convierte en el eje familiar. La narrativa de Franzen, desde luego, posee ácidos, pero sutiles tintes de ironía como éste. Chip no es más que otro fracasado del linaje Lambert.

La familia de Las correcciones nos ofrece, a través de un rico cuadro realista, los conflictos y repercusiones hondas del poder en la conciencia humana. Su versión de la microfísica del poder capitalista se sintetiza con el suicidio del padre. Desesperado, bajo los efectos de una depresión agobiante, bajo las alteraciones sin remedio de su Parkison terminal, el padre insiste en que sea sacrificado. Comienza a negarse a comer sus alimentos hasta que muere por inanición.

Por fin la señora Lambert se siente libre para hacer planes a sus 65 años de edad. Franzen, de nuevo, bajo una visión lúcida y cruel, se burla. Se trata de una visión corrosiva de la filosofía del progreso. La señora Lambert constituye la fuerza incansable que intenta normalizar el devenir de la vida. Esa visión ingenua, de seguir pensando en el futuro, en los planes, a final de cuentas es la última corrección que se debe atender. Es la corrección determinante. En un medio enfermo, nos dice Franzen, el sufriente es incapaz de dar con la cura; sino con puras e ilusorias, permanentes, correcciones.


--Cortesía de Dino Trajeado.


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