junio 05, 2013

Nunca me abandones - Kazuo Ishiguro

En la brillante generación de narradores ingleses nacidos durante la posguerra, cada quien ha ido delimitando su terreno. Martin Amis se ha hecho conocido por su don para la comedia delirante y por ser una empanizador de metáforas sexuales refinadas. Ian McEwan ha desarrollado una prosa elegante y cargada de suspenso, como un bisturí para la disección de los miedos de Occidente. Julian Barnes ha convertido en un género propio las historias de amor, realidad e historia. Y Kazuo Ishiguro se ha especializado… en no especializarse.

En efecto, el novelista de origen japonés es uno de los más parcos autores contemporáneos (sólo seis libros, menos de la mitad que Barnes, por ejemplo). Y, sobre todo, uno de los más inclasificables y camaleónicos. Puede asumir la voz de una japonesa de mediana edad (Pálida luz en las colinas), de un detective en Shangai (Cuando éramos huérfanos) o de un mayordomo inglés. Los restos del día, galardonada con el premio Brooker, mostraba un austero y sólido realismo, pero su siguiente novela, Los inconsolables, era un inesperado relato absurdo de estirpe kafkiana.

Fiel al esquema de romper sus propios esquemas, la última entrega de Ishiguro es una historia de ciencia ficción. O algo así. El escenario de este libro no está lejos en el tiempo o el espacio, pero tampoco está situado en la Inglaterra actual. Es más bien un presente visionario, un lugar que podría ser ahora y aquí, si y sólo si algunas cosas de nuestro pasado hubieran sido diferentes. Pero no muy diferentes.

En los cuentos de ciencia ficción del siglo XIX (Isaac Asimos tiene una antología), sorprende la fascinación de los autores por las máquinas. Describían los aparatos con cantidad de tétricos detalles, y sus relatos se hicieron obsoletos en cuanto aparecieron las máquinas reales y fueron, con mucho, más bonitas.

En el otro extremo del siglo XX, sin embargo, es difícil que eso nos impresione. Usamos teléfonos con pantallas, trabajamos en los aviones con computadoras móviles y tenemos miles de satélites en desuso tirados por el espacio. Lo más impresionante que nos ha traído el futuro no es la creación de máquinas para extender las funciones del cuerpo humano. Lo impresionante hoy es la creación de humanos.

Algunas ficciones contemporáneas pintan un mundo gobernado por la dictadura del genoma, en el que ni siquiera el amor es realmente libre. Otros incluso exploran las posibilidades del impacto ecológico sobre la civilización. Las grandes historias sobre nuestro futuro tecnológico ya no rebosan detalles científicos, sino preguntas existenciales. Es ahí donde encuentra su lugar la nueva novela de Kazuo Ishiguro.

Nunca me abandones no es un paseo por naves espaciales y laboratorios de pruebas. Los escenarios son más bien bucólicos. Praderas inglesas, un pueblo de Norfolk que es igual al pueblo de Norfolk, y hospitales que parecen hospitales. El lugar de los hechos de esta novela no es un sofisticado entorno científico, sino un jardín de niños sin padres ni hijos, de seres humanos desechables. Y la pregunta que atraviesa la novela es: “¿Qué es el amor en un mundo así?”.

Porque a fin de cuentas, lo que el autor nos narra es simplemente un triángulo amoroso, la historia de un amor que dura toda la vida de sus protagonistas. Lo que anima el relato es lo que está detrás de él, el horror que Ishiguro –con su proverbial austeridad- sólo nos deja ver a retazos, pero que pesa sobre la historia como una lápida, hasta asfixiar a sus personajes y a sus lectores.

Quizá, conforme cambia nuestro concepto de la vida, también cambian las razones para la muerte. En un mundo en movimiento resulta absurdo morir por un país, pero hay nuevos motivos –igualmente absurdos- para morir. Nunca me abandones explora esos motivos, y al hacerlo, traza el retrato de tres personajes buscando el misterio de su propia existencia. Pero como todas las buenas historias de ciencia ficción, su seducción no reside en su capacidad predicción del futuro, sino en el retrato que esboza de nuestro atribulado presente.


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