Después de su
elogiadísima novela sentimental El tango
de la Guardia Vieja, publicada en el 2012, al final del 2013 Reverte nos
trae una breve historia titulada El
francotirador paciente que, superficialmente, se aleja de sus temas
predilectos e incursiona en el famoso street
art. En ella nos narra las vicisitudes de una académica especializada en
arte urbano que acepta el reto de encontrar a un enigmático y evasivo grafitero
conocido internacionalmente, con el fin de proponerle una exposición, la
edición de su obra en ejemplares de lujo, que lo harán millonario y, con ello, darle
coba para que ingrese al parnaso de la historia del arte tradicional,
codeándose con los grandes, como Miguel Ángel, Leonardo y Picasso. Fusión de
Banksy y Salman Rushdie, influenciado por las calaveras de Posada, el artista
callejero, conocido por su firma Sniper,
vive oculto no solo porque su actividad es ilegal, sino porque en una de tantas
incursiones convocadas por él, a manera de reto a sus seguidores, uno de sus
fanes muere accidentalmente. Tras el escándalo mediático, el padre del chico,
un poderoso empresario, jura encontrar a Sniper y vengarse.
Como podrá
adivinar el lector, la novela construye la imagen de Sniper a través de
múltiples testimonios que pasan por la voz del personaje principal, pues está
contada desde la primera persona. Acompañamos a la protagonista en sus
pesquisas a través de Madrid, Lisboa, Verona y Nápoles. Reverte, para poder
escribir esta novela, utilizó las técnicas del periodismo de guerra, tan bien
conocidas por el autor, e incursionó en las pintas ilegales en compañía de
grafiteros importantes en España y en Italia. Las sensaciones del ambiente
callejero y la adrenalina de las grafiteadas ilegales (“Si es legal, no es
grafiti”) las logra transmitir eficazmente. Todo el entramado novelesco refleja
el trabajo de campo hecho por el autor en el submundo urbano de las pintas. Reverte
prefiere el uso de un personaje principal lésbico para justificar, quizá, la
tosquedad en la voz femenina, un recurso muy barato que palia las posibles
filtraciones masculinas en ella.
La historia
contiene los ingredientes clásicos de sus novelas: villanos e idealistas, los
códigos del honor, los antihéroes, la
violencia y la indiferencia ante esta. A riesgo de arruinarles la trama, solo
diré que El francotirador paciente
responde al mismo esquema de la extraordinaria El club Dumas (1993)… hasta el desenlace es un calco de ella. En
ese sentido, es lamentable el autoplagio, la estética formularia tan cara a
esos libros best seller que inundan
las estanterías de las librerías. Esta historia, tal parece, le sirvió a
Reverte como una especie de ensayo sobre el estado del arte actual y ahondar,
infructuosamente, en la vieja perorata que enfrenta arte comercial con arte
“puro”. Al final, Reverte parece creer que la academia diseca y deshumaniza
cualquier manifestación del espíritu humano. En tal sentido, es una novela intrascendente
que no agrega nada al debate, una especie de híbrido mal concebido entre su Dumas y El pintor de batallas (2006).
El autor es muy
consciente de sus limitaciones como narrador y se apega a su estilo incisivo,
elegante en la elaboración de imágenes, preciso en el uso del lenguaje. Sin
embargo, queda muy muy lejos de sus thrillers
más brillantes, como la asombrosísima Tabla
de Flandes (1990), El club Dumas
(1993) y La piel del tambor (1995).
Es un texto recomendable que mantendrá al lector promedio enganchado y que, tal
vez, lo llegará a sorprender tras la resolución de las indagaciones.
Personalmente creo que es una novela a la que le sobran páginas, a pesar de su
brevedad, y que es más provechosa y superior cualquiera de las tres novelas que
mencioné. Con las reservas del caso, esta historia interesará a los lectores
ávidos de un suspense estándar que, al
mismo tiempo, sirva para adentrarse en el complejo mundo de los artistas del
grafiti.
Hugo Medina (18 - dic - 13)