Amélie
Nothomb se dio a notar como una narradora versátil con Ácido sulfúrico. En la que nos ocupa hoy, Metafísica de los tubos, con tintes autobiográficos, aunque breve,
brilla con la misma notoriedad que Ácido.
La novela narra los eventos más significativos de una protagonista-narradora
niña a través de sus primeros tres años. Nothomb nos muestra cómo fue, en
realidad, su infancia en Osaka, sus intrigas, sus obsesiones con el agua y cómo
se autoproclama Dios y se identifica existencialmente con la forma de un tubo
comunicante. Esta condición autoimpuesta deriva en innumerables, humorísticas y
hondas reflexiones filosóficas.
Asistimos
al proceso de crecimiento, del mutismo y estado vegetal primigenio, a los caprichosos llantos, a la ocultación del
habla (y de la facilidad de hablar varios idiomas), a la revelación del placer
vía un chocolate belga que la abuela le da de forma clandestina. También la
extraordinaria y enigmática caminata por la playa y donde la niña pretende ser
un Jesús que camina sobre las aguas hacia Corea y el posterior descubrimiento
de la angustia de la muerte en el mar. También de su inquietud por el trabajo
de diplomático de su padre, el cual, humorísticamente, cree que consiste en el
servicio del alcantarillado público, después de que una inundación arrastra a
su padre hasta el subterráneo.
Los
temas de las relaciones humanas son expuestos sin tabúes, como el asco que
siente por sus hermanos y los amigos de ellos. La atracción y amor que experimenta
por la niñera-sirvienta japonesa, traumatizada por haber perdido su infancia
tras los ataques a su pueblo en la Segunda Guerra Mundial (magistral y tétrica
esa descripción de cuando la niña yace debajo de los escombros). La narración
de Amélie es radiante y provocadora, encuentra conexiones entre la existencia,
la esencia de Dios, el misterio de la muerte, la identidad cultura, la guerra
y, sobre todo, la niñez como un paraíso perdido y que la protagonista
abandonará al final de la historia, con una especie de acto suicida que tiene
que ver con un estanque de carpas.
Es
una lectura que recomendaría antes de leer Ácido
sulfúrico. En él hallaremos el estilo heterodoxo, libertario de la
sorprendente Nothomb. Destaca su visión sencilla en la que filtra meditaciones
metafísicas complejas y que para nada estorban a la trama. El manejo de la
tercera y primera persona es sutil, tanto que los cambios en la voz no se
notan, solo al final, cuando se hace explícito el recurso para significar la
individualidad de la existencia en primera persona y la omnisciencia de la
muerte con la tercera persona. Un libro iniciático para todos aquellos
interesados en la obra de Nothomb, y una obra fundamental para entender la
cosmovisión de una de las narradoras más importantes de los últimos años.
Hugo Medina (7-oct-13)
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