En el 2005, Gonçalo
M. Tavares fue galardonado con el Premio Literario José Saramago. “No se puede
escribir tan bien a los 35 años, dan ganas de pegarle un puñetazo en la cara”,
declaró en ese entonces el mismísimo nobel portugués. Se le ha llamado
prodigio, “genio de inmenso futuro” por Vila-Matas. Los críticos unánimemente
lo han considerado el sucesor del finado y pelícano Saramago. Jerusalén (2005; editada por Almadía en
el 2009) pertenece al ciclo de los “Libros negros”, conformado por las novelas Un hombre: Klaus Klump (2006) y La máquina de Joseph Walser (2007).
Mediante una
estructura circular, Jerusalén nos
narra la historia de cómo las vidas de varios personajes se cruzan o se afectan
mutuamente una mañana del 29 de mayo. Ernst, un expaciente de la clínica
psiquiátrica Georg Rosemberg, está a punto de saltar por una ventana cuando
suena el teléfono. Del otro lado de la línea se encuentra Mylia, también
expaciente del mismo sanatorio, una mujer con una enfermedad terminal que ha
pasado toda la madrugada en busca de una iglesia abierta, soportando dolores
mortales en su vientre y cuyo único consuelo son los dolores que le provoca el
hambre, una especie de aviso de su cuerpo para decirle que se encuentra bien. Ambos
personajes han tenido un hijo mientras se encontraban en el hospital, a pesar
de que Mylia se encontraba casada con Theodor Busbeck, prometedor científico
que prepara una tesis innovadora para crear una estadística histórica del
terror y así predecir los estadios futuros de todas las civilizaciones.
El hijo de Ernest
y Mylia, Kaas Busbeck, ahora bajo el cuidado de Theodor, padece un defecto
congénito en las piernas y problemas de dicción. Kaas sufre el desprecio de su
abuelo y, para colmo, le aguarda un terrible encuentro. Hanna, una prostituta
cuyos servicios son requeridos por Theodor; Hinnerk, un siniestro exmilitar y
de una filosofía criminal, son los personajes que completan este pequeño
universo. Tavares es un excelente narrador que conoce y domina muy bien sus
límites. No intenta salirse de sus esquemas, ni quiere lograr el fácil efecto
con experimentos estilísticos. Se nota una narrativa pulcra que se basa en una
rigurosa revisión, en una planeación milimétrica.
Se agradece, en
un mercado cada vez dominado por historias mediocres y estilos formularios,
encontrar novelas tan bien elaboradas, tan bien cuidadas, y que ahondan en la
psicología y las acciones motivadas de cada uno de sus personajes. Tavares es
un extraordinario observador de los defectos, de las carencias humanas. Causa
una cierta inquietud esa forma tan fría y casi clínica de desmenuzar la
angustia, la ética y, sobre todo, el sufrimiento. Es por ello, quizás, que
Tavares, muy consciente de ello, inventa a este gran Thedor Busbeck,
obsesionado con el estudio científico del terror y su influencia en las
sociedades y en los individuos. Es el mismo Tavares disfrazado que se contesta
a sí mismo: ¿es posible medir las crueldades? ¿Es posible ser verdugo y víctima
al mismo tiempo? A lo primero, responde que no. A lo segundo, que sí, aunque
matizado porque, generalmente, no somos conscientes de ello.
No me cabe duda de
que Tavares será uno de los grandes, si es que no lo es ya. Tiene esa mirada y esa
facilidad narrativa (tan difícil de obtener) para analizar las bajezas y
brutalidades humanas tan connatural a Kafka o a Camus. Jerusalén, dividida en varios capítulos cortos que protagonizan
diversos personajes, como una pequeña puesta en escena a lo Balzac, oscila
entre la locura, la elocuencia y el horror. Es una lectura obligada que no
representa ningún tipo de dificultad para el lector medio o acostumbrado a leer
puros best seller o esas
novelas-alfaguaras con lenguaje telegrafiado. Es una historia que puede
iniciarlos con uno de los más importantes narradores actuales (aunque también
es poeta) y ser testigos del desarrollo de un escritor que muy probablemente
dentro de algunos años estará entre los candidatos firmes a recibir el Premio
Nobel de Literatura.
Hugo Medina (14-oct-13)
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