agosto 02, 2013

La tejedora de sombras - Jorge Volpi

Jorge Volpi es uno de los autores actuales en cuyos libros se hace notar el impecable trabajo de investigación, enriquecidos generalmente por las fuentes, las notas, las referencias documentales y la bibliografía general que se revelan en la parte final de sus trabajos. Su ejemplo mayor es En busca de Klingsor. El trabajo de rastreo histórico que suponen cada una de sus obras también es un arma de dos filos: Volpi se empapa de conocimiento duro, de datos excesivos, y esa cualidad no funciona en la narrativa porque sobrecarga y contamina la racionalidad de sus personajes y sus tramas. Corre el riesgo, como le sucede en La tejedora de sombras, de otorgarnos una obra acartonada, aburrida y despojada de fuerza psicológica, de vitalismo en las relaciones de los protagonistas.

La novela (que recibió el Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2012) cuenta la historia de amor  tormentoso (que duró 42 años) entre la psicoanalista Christiana Morgan, estudiante de arte y casada con un veterano de guerra, y Henry Murray, destacado doctor en psicología en Harvard. La acción transcurre a inicios de siglo XX, en 1925, aunque la historia comienza con el suicidio de Morgan en 1967. Los protagonistas viven mayormente entre Nueva York y Suiza, pero no hay descripción ni ahondamiento en las particularidades sociales ni urbanas de ambas culturas. Volpi nos presenta una narración que oscila entre la tercera persona y la primera persona, que parece una versión pobre, grandilocuente y ampulosa de un supuesto diario de la protagonista.

Asistimos paralelamente al romance secreto entre Morgan y Murray, a las sesiones del brillante psicoanalista Carl Gustav Jung, aderezadas con dibujos enigmáticos ancestrales, sesiones de trance, visiones de vidas reencarnadas, imágenes del inconsciente,  la creación de un panteón de dioses, rituales sexuales a lo Grey (hasta hay una especie de contrato firmado a sangre), entre otras añadiduras del folclore psicoanalítico. Lamentablemente, Volpi no explica nada en su novela, no existe el menor esfuerzo por inducirnos el interés por las teorías psicológicas en boga de la época, ni intenta explicar el funcionamiento o esquema de las terapias. Cree que basta con presentarnos a Jung y así deslumbrar a los lectores. Ha dejado el trabajo tan bien labrado con las pertinentes explicaciones e implicaciones de las teorías científicas de Klingsor y en cambio nos ha otorgado un borrador de novela, saturado de expresiones incoherentes y palabrería pretenciosa (vean la reseña de Daniel Gascón en Letras Libres y se darán cuenta de lo que digo).

Es también penoso observar la monotonía de los personajes, su falsa evolución mental, como si fueran ideas inacabadas, carentes de pasión y de profundidad. La incrustación de dibujos reales hechos por la histórica Christiana Morgan, de fotografías de ella, pretenden paliar las deficiencias narrativas y sustituir el trabajo verbal por esta imaginería fácil. Confieso que cuando estaba leyendo el libro, una parte de mí, un 90% de mí, se sentía estafado; el otro 10% estaba esperanzado en que de un momento a otro irrumpiera el talento del autor para corregir el rumbo del libro.

Y es que el lenguaje, en su totalidad fallido, no nos hace pensar en una mujer de inicios del siglo XX, ni en personajes históricos, no transmite sentimientos, tensión, drama, interés, conflictos de época, ni esa sensación de libertad que tanto pregonaron al hablar de esta trama; me sucedió al contrario: un ansia por llegar a la última página, una obsesión que pocas veces experimento. Da la sensación de que Volpi está cansado de su propio estilo en suma racional, y eso nos da cuenta de que es un intelectual inexperto en las relaciones humanas, de alguien ajeno a la sexualidad, distante del amor, desconocedor de la psicología (y voz) femenina. La obra quizá tendrá valor biográfico, pero muy muy poco.

También confieso que me parece un embuste el premio que le otorgaron a la novela, una burla para quienes participaron de buena fe. Se nota desde China la supuesta estratagema publicitaria de conceder el galardón a Volpi, un autor que ha venido a menos desde Klingsor y la genial El fin de la locura (y en su momento aclamado por Fuentes, García Márquez y Cabrera Infante), desinflándose dramáticamente en franca caída libre. El autor parece que ha renunciado a desarrollar su talento y ha preferido hacer su nicho desde la mera y cómoda publicidad editorial. A lo mejor en ventas sí ganaron, pero en el terreno puramente literario han desmerecido. El libro no pasa de ser un esquema rápido para una futura novela. Ojalá Volpi tenga la humildad suficiente para hacerse de un buen editor que se atreva a corregirle todos sus tropiezos, por el bien de su futuro como escritor y de la literatura mexicana.

 (02-agosto-13)


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