agosto 26, 2013

El cerebro de Kennedy - Henning Mankell

La arqueóloga sueca Louise Cantor, encargada de unas excavaciones en el Peloponeso, regresa a su natal Estocolmo para visitar a su hijo Henrik. Para su mala fortuna, lo encuentra muerto, en pijama y sereno, como sumido aún en un sueño placentero. Los forenses declaran que se trata de un suicidio. Louise descree de los resultados periciales y, estimulada por su profesión, decide investigar el extraño suceso.  La travesía la llevará de Suecia a Australia, de ahí a Barcelona y finalmente a Mozambique.

Paralelo al redescubrimiento de las facetas de su hijos, y el descubrimiento de otras, Louise también se adentrará en una compleja red de corrupción que involucra a la embajada de Suecia en Mozambique, a una organización altruista que ayuda a los enfermos de sida en África y a la omnipotente industria farmacéutica que realiza investigaciones y experimentos indecibles con los habitantes desahuciados de ese continente.

A su vez, fuerzas invisibles, amenazantes y decididas a silenciar cualquier brote de disidencia comienzan a cercarla, sin que, a las claras, sepamos quién mueve los hilos detrás de las sombras. El trasfondo de la novela es un verdadero infierno: el sida y, sobre todo, el VIH en África. Dantescos los pasajes donde los cadáveres distribuidos en una fosa séptica acondicionada como un precario hospital de carpas, enfermos sin esperanza a la espera de lo inevitable, ante la indiferencia del Estado.

Para los profesores de ética y valores, esta novela sin duda es un gran ejemplo de lo que se denomina como “proporcionalismo ético” o “consecuencialismo”: es decir, no hay acciones malas si los resultados benefician a la mayoría. Y es que Mankell, en este libro, se muestra amargo y sin miramientos denuncia la complicidad e inmoral pasividad de los gobiernos, de las corporaciones, de los laboratorios, de los empresarios ávidos de dinero y comprometidos con sus cuentas bancarias, no con la cura de las enfermedades.

Mankell ha sabido combinar su talento como eficiente narrador de intrigas y su siempre denuncia corrosiva. La novela es larga, pero no tediosa. Hay pasajes en verdad conmovedores, como cuando el padre de Louise esculpe en algún solitario bosque de Suecia el rostro de Henry, el hijo muerto. También es claro que el autor maneja con soltura la descripción de las ciudades enumeradas: no las ha sacado de fotografías de Google Maps, sino que se nota que Mankell conoce bien las ubicaciones.

El problema, sin embargo, es que Mankell parece escribir apresurado, como hostigado por los plazos que marcan los contratos editoriales. A pesar de su eficiente uso de los recursos narrativos (Mankell sabe de sus limitaciones y no intenta engañarnos), El cerebro de Kennedy (2006) es una lectura de aeropuertos. No es mala, pero no gracias a sus cualidades técnicas (poco variadas, además), sino por el urgente mensaje que envía acerca de la hecatombe que padecen a diario los africanos aquejados con sida y la enorme indiferencia de los grandes conglomerados de poder, sean privados o del orden público.

Finalmente, espero el lector no se vaya con la finta del título: un vil ardid publicitario. No hay búsquedas policiacas, indagaciones o descubrimientos de hipótesis y documentos acerca del paradero del cerebro de Kennedy. De hecho, solo hay una conversación demasiado superficial y forzada acerca del tema. Esta novela es un buen ejemplo de cómo la publicidad editorial funciona y, por supuesto, de un libro con un pésimo título. Fuera de ello, recomiendo sin problemas su lectura, sobre todo para los jóvenes lectores que buscan algo más que solo intrigas.

 (26-agosto-13)


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