(Este libro obtuvo el XXII Premio Herralde de Novela en el 2004. Esta reseña data de ese año). Después de pasar un
largo tiempo en Francia, Julio Valdivieso regresa a México en el momento de
transición hacia la democracia. Los diversos conflictos que van envolviendo a
Valdivieso parecen ser una continua fuga hacia atrás, hacia su pasado íntimo y
el pasado colectivo del país entero. En la confluencia del destino histórico y
personal del personaje, surge la figura de Ramón López Velarde como un signo
que establece vínculos con el microcosmos poético de la provincia y la gran
urbe mexicana. La poesía de Velarde será una referencia constante hacia el
pasado y un doloroso testigo del devenir histórico.
Entre remembranzas
de matanzas cristeras, entre oscuras relaciones con el narco, con magnates de
la televisión, con escritores de best seller y vanguardistas
trasnochados, Julio va ir descubriendo su vida como una tensión entre el
porvenir y la memoria. Tal encuentro, que en Julio va a devenir en una curva
inquietante en el tiempo y el espacio, lo va a terminar identificando con Ramón
López Velarde, poeta que vivió en otro tiempo de tránsito, hasta que finalmente
ambas paralelas en el tiempo se encuentran en el espacio, en los Cominos, donde
inicia el rito, el viaje a la entraña del agua y la tierra, que se desarrolla
al final de la novela.
Sin embargo, el
libro de Villoro falla en momentos decisivos. La densidad de situaciones que no
llevan a nada, que describen un círculo que gira sobre los mismos asuntos,
llenan al lector de dudas irrelevantes y sopor. Hacia la mitad de la novela,
Villoro ensaya un intento de thriller —que involucra a un detective culto
que medita sobre Cartago, Roma y el México actual; a unos judiciales
mercenarios, así como al círculo negro de los narcotraficantes y a los amigos
intelectuales de Julio— el cual finalmente queda resuelto de forma precipitada.
También cansan los diálogos intrincados de los personajes que verosímilmente
conocen la obra de Velarde, pero que increíblemente hacen sobreinterpretaciones
eruditas, como si fueran miembros de la Academia de la Lengua. O las excesivas
y cursis referencias sentimentaloides de Julio a su relación fallida con Nieves
que frenan el avance de la trama hasta el hastío. La extensión de la novela
sería mucho menor si se hubiera prescindido de tantos momentos flojos y triviales
que no suman nada a la trama.
El aspecto que finalmente me parece menos
atractivo es la insistente mitificación de Velarde, un poeta que, a mi parecer,
no descubrió la pretendida modernidad en la poesía mexicana, lo cual la mayoría
de los críticos le atribuyen. Esto a razón de que afirmar la poesía de Velarde
legitima una visión política liberal que privilegia un concepto de nación
ligado a la tierra y a la pureza; pero en tales alturas de la historia, nadie
puede creer en un mundo regido por el arraigo a la entraña inmaculada de la
patria, otra idea en vías de extinción.
Hugo Medina (19-julio-13)
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