Jorge Volpi es uno de los autores actuales en cuyos libros se hace notar el
impecable trabajo de investigación, enriquecidos generalmente por las fuentes, las
notas, las referencias documentales y la bibliografía general que se revelan en
la parte final de sus trabajos. Su ejemplo mayor es En busca de Klingsor. El trabajo de rastreo histórico que suponen
cada una de sus obras también es un arma de dos filos: Volpi se empapa de
conocimiento duro, de datos excesivos, y esa cualidad no funciona en la narrativa
porque sobrecarga y contamina la racionalidad de sus personajes y sus tramas.
Corre el riesgo, como le sucede en La
tejedora de sombras, de otorgarnos una obra acartonada, aburrida y
despojada de fuerza psicológica, de vitalismo en las relaciones de los protagonistas.
La novela (que recibió el Premio Iberoamericano de Narrativa
Planeta-Casamérica 2012) cuenta la historia de amor tormentoso (que duró 42 años) entre la
psicoanalista Christiana Morgan, estudiante de arte y casada con un veterano de
guerra, y Henry Murray, destacado doctor en psicología en Harvard. La acción
transcurre a inicios de siglo XX, en 1925, aunque la historia comienza con el
suicidio de Morgan en 1967. Los protagonistas viven mayormente entre Nueva York
y Suiza, pero no hay descripción ni ahondamiento en las particularidades
sociales ni urbanas de ambas culturas. Volpi nos presenta una narración que
oscila entre la tercera persona y la primera persona, que parece una versión
pobre, grandilocuente y ampulosa de un supuesto diario de la protagonista.
Asistimos paralelamente al romance secreto entre Morgan y Murray, a las
sesiones del brillante psicoanalista Carl Gustav Jung, aderezadas con dibujos
enigmáticos ancestrales, sesiones de trance, visiones de vidas reencarnadas, imágenes
del inconsciente, la creación de un
panteón de dioses, rituales sexuales a lo Grey
(hasta hay una especie de contrato firmado a sangre), entre otras
añadiduras del folclore psicoanalítico. Lamentablemente, Volpi no explica nada
en su novela, no existe el menor esfuerzo por inducirnos el interés por las teorías
psicológicas en boga de la época, ni intenta explicar el funcionamiento o
esquema de las terapias. Cree que basta con presentarnos a Jung y así
deslumbrar a los lectores. Ha dejado el trabajo tan bien labrado con las
pertinentes explicaciones e implicaciones de las teorías científicas de Klingsor y en cambio nos ha otorgado un
borrador de novela, saturado de expresiones incoherentes y palabrería
pretenciosa (vean la reseña de Daniel Gascón en Letras Libres y se darán cuenta
de lo que digo).
Es también penoso observar la monotonía de los personajes, su falsa
evolución mental, como si fueran ideas inacabadas, carentes de pasión y de
profundidad. La incrustación de dibujos reales hechos por la histórica
Christiana Morgan, de fotografías de ella, pretenden paliar las deficiencias
narrativas y sustituir el trabajo verbal por esta imaginería fácil. Confieso
que cuando estaba leyendo el libro, una parte de mí, un 90% de mí, se sentía
estafado; el otro 10% estaba esperanzado en que de un momento a otro irrumpiera
el talento del autor para corregir el rumbo del libro.
Y es que el lenguaje, en su totalidad fallido, no nos hace pensar en una
mujer de inicios del siglo XX, ni en personajes históricos, no transmite
sentimientos, tensión, drama, interés, conflictos de época, ni esa sensación de
libertad que tanto pregonaron al hablar de esta trama; me sucedió al contrario:
un ansia por llegar a la última página, una obsesión que pocas veces
experimento. Da la sensación de que Volpi está cansado de su propio estilo en
suma racional, y eso nos da cuenta de que es un intelectual inexperto en las
relaciones humanas, de alguien ajeno a la sexualidad, distante del amor,
desconocedor de la psicología (y voz) femenina. La obra quizá tendrá valor
biográfico, pero muy muy poco.
También confieso que me parece un embuste el premio que le otorgaron a la
novela, una burla para quienes participaron de buena fe. Se nota desde China la
supuesta estratagema publicitaria de conceder el galardón a Volpi, un autor que
ha venido a menos desde Klingsor y la
genial El fin de la locura (y en su
momento aclamado por Fuentes, García Márquez y Cabrera Infante), desinflándose
dramáticamente en franca caída libre. El autor parece que ha renunciado a
desarrollar su talento y ha preferido hacer su nicho desde la mera y cómoda publicidad
editorial. A lo mejor en ventas sí ganaron, pero en el terreno puramente
literario han desmerecido. El libro no pasa de ser un esquema rápido para una
futura novela. Ojalá Volpi tenga la humildad suficiente para hacerse de un buen
editor que se atreva a corregirle todos sus tropiezos, por el bien de su futuro
como escritor y de la literatura mexicana.
Hugo Medina (02-agosto-13)
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