Aún recuerdo cuando compré el primer libro de las
aventuras del capitán Alatriste, allá por 1996, y la tan breve descripción del
personaje principal en contraportada: "No era el hombre más honesto ni el
más piadoso, pero era un hombre valiente”. Ya han pasado más de 15 años después
de ese encuentro que me deslumbró por la ostentación de una prosa tan
vitalista, tradicional y moderna, que Reverte ha creado. No muchos lo saben,
pero las formas lingüísticas, el caló y demás germanía utilizada en los libros
del capitán son el resultado de años de trabajo en los que Reverte ha
recopilado, fruto de sus lecturas de los clásicos (y obras underground) del Siglo de Oro, y que ha adaptado para darle un
toque de modernidad para que el lector actual pueda entender, ya sea por el
contexto, por referencias, por gestos de los personajes, el significado de
algunas palabras y frases.
El séptimo libro de la saga, El puente de los asesinos (2011), marca un punto de madurez en la
narración de Reverte y en todos sus personajes. Tenemos ya a un autor que sabe
regular el ritmo, que deja de lado las estrepitosas escenas de acción que
abundaban en El capitán Alatriste
(1996) y en Limpieza de sangre (1997)
(ambas mis novelas favoritas de esta saga) y se centra más en la psicología de
los personajes y en las minuciosas y excelsas descripciones.
Y es que Íñigo Balboa, el narrador de las aventuras,
ya no es aquel niño de 12 años del primer libro, que idealizaba y admiraba
incondicionalmente al capitán. Ya tiene 18 años, sus propias ideas, sus
amantes, su propia forma de lidiar con la diplomacia y, claro, como un hijo
rebelde, ya tiene sus desacuerdos ríspidos con Alatriste. De hecho, una de las
mejores escenas por su tensión es cuando ambos protagonistas están a punto de mediar
espadas. Íñigo se aleja bastante de esa visión casi romántica de su padrastro y
da paso a una mirada más amarga, más resignada y depresiva de Alatriste.
La novela cuenta la historia de una conspiración
para asesinar al dogo de Venecia en plena
Misa de Gallo (en Nochebuena), con el fin de instaurar un gobierno a modo del rey
de España. El plan implica distintas acciones en varios puntos de Venecia, una
misión suicida, a todas luces, pero que aseguraría una buena posición a la
Corona española. Francisco de Quevedo recomienda a sus superiores y
organizadores de la sedición al capitán Alatriste como uno de los cabecillas de
la operación. Para rematar, el capitán se reencontrará con otro hombre de
parecidas características, dado por muerto después del lance de El Escorial, su
espléndido némesis: Gualterio Malatesta. Ambos, sin embargo, tendrán que
trabajar juntos por segunda ocasión y estarán obligados a dejar de lado su
enemistad.
Este encuentro es, también, fundamental en toda la
novela. A pesar de la desconfianza que Alatriste tiene, también existe una
especie de morbo por conocer más a Malatesta. Se entera, pues, de cómo fue
liberado por la Inquisición, de algunas incidencias de su infancia como
monaguillo y otras graciosas referencias que resaltan el lado humano de su peor
enemigo. El tratamiento que Reverte da a esta relación es adecuada, aderezada
por la constante rivalidad entre Gualterio e Íñigo quien, por cierto, le llega
a jurar que lo matará él y no el capitán.
Otro de los aciertos es la deslumbrante forma de
describir a la Venecia del siglo XVII. Casi se puede oler el ambiente viciado
de la mercancía amontonada en los pequeños muelles, escuchar el bullicio,
palpar la espléndida arquitectura, los claustrofóbicos callejones, las
góndolas, el caserío… Así como Íñigo, Alatriste y Malatesta son los grandes
protagonistas de esta historia, la peligrosa Venecia, magistralmente detallada,
es otro actor importante de la trama. Junto a ella, insisto, el lenguaje
pulidísimo, los diálogos (aunque, bueno, creo que sobraron algunos) están
llenos de sugestivos silencios, gestos, frases lapidarias, refranes, estrofas
citadas con precisión, pero, lo más interesante, es la utilización del dialecto
veneciano en boca de ciertos personajes, dialecto que, sin traducción, se
entiende perfectamente por el contexto. Creo, como lector de la saga entera,
que en El puente… Reverte ha
alcanzado la cima del brillante uso de la lengua española en su saga. Es un
trabajo que se nota trabajadísimo, de una calidad, repito, que une el habla del
siglo XVII español y la sintaxis del siglo XXI: lo más tradicional con el
formato más moderno.
Mi sugerencia sería simple: leer los libros del uno
al siete y, después, ver la película. El film contribuye muchísimo para tener
una idea de la personalidad, actitudes y gestos de Alatriste, interpretado
genialmente por Viggo Mortensen. Si se lee esta novela de forma aislada sí
pierde: no se entenderán las relaciones de los personajes, sobre todo el
triángulo Alatriste-Íñigo-Malatesta. Además de ello, quizás el lector joven se
desespere con las descripciones, la insistencia en explicar el plan de la
conjura y algunas escenas de caminatas por Venecia. Todo ello tiene su
recompensa, como la pelea final de esta historia, el desencuentro del capitán
con Íñigo y la revelación del futuro de Alatriste. Aún quedan dos libros para
que termine esta inmensa aventura (serán 9 en total), uno que narrará el
regreso del temible Luis de Alquézar (después de hacerse rico en Taxco) y su
hija Angélica, enamorada de Íñigo, para vengarse del capitán; y la última, que
contará una trepidante aventura en París donde Alatriste, al parecer, se
enfrentará a cuatro legendarios mosqueteros.
Hugo Medina (29-julio-13)
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