Italo Calvino, autor italo-cubano, es uno de los baluartes de la literatura
mundial, aunque a veces es relegado e injustamente olvidado. Calvino, como
pocos, es un autor versátil: combina historia con relatos fantásticos (como en El vizconde demediado o en El caballero inexistente), imprime
visiones de la teoría científica de avanzada en sus cuentos (Cosmicómicas o Tiempo cero), hace antologías (El
cuento fantástico del XIX), anota la poesía de Cesare Pavese, coquetea con
el nouveau roman y la metaficción más
radical (Si una noche de invierno un
viajero), escribe ensayos desafiantes (Por
qué leer los clásicos) y visionarios (Seis
propuestas para el próximo milenio). Es uno de los autores que intuyó,
antes de la popularidad de las teorías físicas de última generación y de la
expansión de la cultura mercantil de masas, que la literatura tendría que
afrontar su naturaleza si es que quería sobrevivir en una sociedad consumista
que privilegia el cine, los videojuegos, Internet y la literatura fácil.
Con El vizconde demediado,
publicado en 1952 (y cuya traducción llegó, si no me equivoco, hasta 1960),
Calvino se introduce, por primera vez, en el afortunado universo de la
narración histórico-fantástica. "Entusiasta e inexperto, no sabía que a
los cañones hay que acercarse sólo de lado o por la parte de la culata. Y él
saltó frente a la boca de fuego, con la espada desenvainada, y pensaba que les
metería miedo", es así como el desafortunado vizconde Medardo de Terralba,
en su primer enfrentamiento contra los moros en Bohemia, paga cara su
inexperiencia y es alcanzado por el cañón de los turcos: el fogonazo le da en
el pecho y lo parte simétricamente por la mitad, de cogote a la entrepierna. Después
de la refriega, entre innumerables cadáveres, encuentran la mitad derecha.
Para infortunio de los habitantes de Terralba, la monstruosa mitad maligna
del vizconde regresa y, como un Ubú Roi del siglo XX, tiraniza a los
pobladores: ejecuta, roba, hecha a perder cosechas, incinera casa, acosa. Su
obsesión destructiva tiene su paralelo psicológico: el vizconde disecciona todo
lo que tiene a la mano, pues para él el estado originario de todo son las
fracciones. Para nivelar la balanza, el lado izquierdo del vizconde regresa
tiempo después. Al contrario, él es un dechado de buenas virtudes, noble,
exageradamente bondadoso con el prójimo, al límite de la desesperación. No
conoce medias tintas en cuanto a su filantropía. Se dedica a deshacer las
maldades de su otro yo perverso.
Para complicar la trama, aparece Pamela, de quien ambos Medardos se
enamoran. Como imaginarán, esta pequeña irrupción precipitará la confrontación
final entre ambos yoes. Calvino, con esta breve novela, que se lee en un
suspiro, profundiza en el problema del bien y el mal, de su lugar en la
naturaleza humana, en la imposibilidad de una identidad plenamente pura o drásticamente
diabólica. También, como ha sido parte de sus preocupaciones, explora la idea
del “yo”, de las particularidades que conforman al sujeto, de su forma de
concebirse. Con una narración vertiginosa, precisa, ágil, sin nada más ni nada
de menos, Calvino ha hecho de esta aventura una pequeña receta de cómo la aparente
simplicidad de la trama, que conjuga humor y filosofía, historia y fantasía, puede
ser apta para niños, jóvenes y adultos, al tiempo que profundiza en los temas nodales
que constituyen a los seres humanos. Una novela sorprendente que a pesar de ser
de 1952 bien podría pasar por una novedad del 2013.
Hugo Medina (09-agosto-13)
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