septiembre 30, 2013

Morirás lejos - José Emilio Pacheco

Morirás lejos (1967), del autor mexicano José Emilio Pacheco, se inscribe en el contexto literario de polémica entre el movimiento francés del nouveau roman y los defensores latinoamericanos (mayormente del boom) del estilo de narración realista y tradicional. Morirás lejos está construida desde los preceptos narratológicos del nouvea roman, como lo es la indistinción de niveles narrativos, nula descripción de los personajes, dilatación del tiempo del enunciado y de la enunciación, pero todo ello a través del método expositivo de la metaficción historiográfica. En aquella época se polemizó sobre el futuro de la novela: por un lado Alain Robbe-Grillet, George Perec, Michel Butor y Claude Simon, principalmente, ejecutaban novelas desprovistas de tramas clásicas, centradas en el tiempo subjetivo (un minuto se representa en quinientas páginas) y desdeñosas de todo lastre realista decimonónico; como reacción, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato y levemente el resto del boom miró con sospecha el estilo ilegible de la tendencia francesa.

La novela de Pacheco se inscribe en esta polarización e intenta conciliar ambos enfoques a través de la utilización de la metaficción historiográfica, teorizada mayormente por Linda Hutcheon en su libro A Poetics of Postmodernism. History, Theory, Fiction. Morirás lejos despersonaliza la historia particular de sus personajes para reinterpretar simbólicamente la historia humana (importantísima la referencia a La torre de Babel de Pieter Bruegel). Por sus cualidades expositivas, Morirás lejos es una novela de difícil lectura que amerita un par de repasos detenidos: es, como Babel, un laberinto de voces y niveles narrativos. No es para menos: la novela relata la diáspora judía desde tiempos romanos, pasando por los campos de exterminio hasta la persecución de eme, posible científico nazi oculto en la Ciudad de México y que observa a un sospechoso lector de El Universal que se aposta a diario frente a su casa (llamado Alguien).

El texto posee siete grandes divisiones que se yuxtaponen para lograr este efecto laberíntico. Estas divisiones o apartados aparecen con distintos nombres, a saber: Salónica, Diáspora, Grossaktion, Totenbuch, Gotterdämmerung, Desenlace y Apéndice. Cada uno de estos segmentos aparece con su correspondiente ideograma. Hay dos grandes bloques narrativos: el relato de la ficción, que agrupa todos aquellos episodios de eme y Alguien (quien observa desde la ventana al sujeto que lee el periódico); en tanto que el llamado relato de la historia refiere los hechos relacionados con la persecución de los judíos.

La organización de los narradores es cuidadosa y, como los bloques narrativos, también se encuentran dispersos y asociados. El narrador principal, en tercera persona, totaliza el relato y genera a su vez a los otros narradores (son otros tres). En él convergen las dos líneas narrativas, tanto el bloque de la ficción como el correspondiente al de la historia. Su presencia, a veces, se encubre bajo la forma de paréntesis, notas al margen, citas textuales, entre otros recursos.

Este narrador tipo acordeón, que se pliega y se despliega, crea una distancia crítica para enjuiciar el ejercicio de escritura y la omnisciencia, es decir, la pretensión de controlar el universo narrativo. Esta exposición de discursos cruzados es lo que Óscar Tacca llama visión estereoscópica.

Dichas marcas narrativas son constantes y detallan dos implicaciones: la estructura deliberadamente confusa de voces y el objeto de la narración, la catástrofe universal de los judíos. En realidad, la raíz de la diáspora, de la dispersión y confusión del “habla” interna del relato se encuentra en la simbología de Babel. La dispersión como castigo: de ahí el título de la novela: Morirás lejos. Y es que la novela, con su narrador ubicuo, cuenta en, acaso, un par de segundo, toda la historia de la humanidad.

Estamos ante un clásico de la narrativa mexicana indiscutible que debería figurar dentro de las diez obras mayores del siglo XX en México… y lo escribo con reservas. Es lamentable que aún no se cuenten reediciones de este magnífico libro. Desconozco las razones para ello. Es muy difícil hacerse de esta novela por lo que urge una nueva edición y una buena campaña de difusión. Es una novela tan hermosa como enigmática, tan vertiginosa como apabullante, y un desafío de aporías, razonamientos y búsquedas textuales para la inteligencia. A pesar de que relata la historia carnicera de la humanidad, en ella se vislumbra una leve esperanza: la insistente voz, acaso perdida y recuperada, de los errantes sobrevivientes.

 (20-sep-13)
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septiembre 16, 2013

Cultura Mainstream - Frédéric Martel

El término mainstream ha estado de moda últimamente y más en boca de quienes prefieren lo “sub”, aunque, en realidad, no tengan nada claro de qué va este concepto. Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, de Frédéric Martel, es una tesis modificada, una larguísima investigación periodística, una especie de documental cinematográfico transcrito. Martel se pasea por todo el mundo y nos lleva a conocer desde la agencia de publicidad que es Televisa (según sus propias palabras), pasando por las tensiones y relaciones politizadas entre Hollywood y los distintos gobiernos del mundo para modificar leyes y así acaparar todo el mercado (aunque, claro, como en el apartado donde Martel visita China y le explican, de forma muy superficial, por qué han impedido el imperialismo yanqui en su país), hasta el universo vasto del manga, los videojuegos, los hits del kpop (singular ejemplo que actualiza a Martel: Psy y su “Gangnam Style”) y el terrorismo en los medios islámicos.

El lector, a diferencia de lo que se puede pensar de un libro con un tema tan cliché como lo es el de la cultura de masas, además escrito por un francés académico, no tiene ni una sola nota al pie de página ni la clásica saturación de referencias bibliográficas… vaya, ni siquiera existen observaciones marginales hechas por el autor o por el traductor. El estilo de Martel oscila entre la crónica y el periodismo de guerra. Porque es eso: un itinerario de la guerra cultural que libran los países a través de sus difusoras de contenidos. En este mundo global, explica Martel, se está delineando una nueva cartografía del poder a través del soft power : “La atracción, y no la coerción (…) la influencia a través de los valores, como la libertad, la democracia, el individualismo, el pluralismo de la prensa, la movilidad social, la economía de mercado y el modelo de integración de las minorías en Estados Unidos”. Ha quedado de lado el obsoleto hard power: el que utiliza, para influir en el mundo, la “fuerza militar, económica e industrial”.

Con esta idea en mente, Martel viajará y se entrevistará (aunque a veces le niegan la entrada o las entrevistas) con los mayores ejecutivos de Disney, Mtv, Dream Works, Pixar, Cinépolis, Sony, Al Yazira y los magnates de Bollywood, entre muchas más personalidades. En sí, el estudio de Martel, su gran periplo, nos muestra la indefinición entre alta, media y baja cultura y, sobre todo, el tenue límite que hipotéticamente separa el arte de las intenciones políco-ideológicas. Es decir: ante este panorama de redes que traza, se hace difícil establecer si el arte actual no es más que un medio para transmitir valores e identidades a otras culturas y, así, asimilarlas a la gran colonia mediática de determinado país, por muy comprometido que sea el autor o su obra. No es extraño que las fórmulas utilizadas con éxito por el mainstream estadounidenses, como las series semanales, las películas con efectos especiales, las caricaturas tipo Pixar (y hasta las palomitas de maíz en las dulcerías de los cines) se repliquen en todas partes, pero con trasfondos culturales que varían en cada región.

El mainstream, a veces mal entendido, para Martel es esa encapsulación de contenidos de identidad a través de formatos de hits ya comprobados por la industria. Se me ocurren esas series raras de HBO o el Canal 5 de Televisa, como El Pantera o Capadocia, que calcan el estilo de las series norteamericanas (ni hablar de las películas mexicanas, incapaces de trascender el modelo de Hollywood); los tráileres para libros muy de moda actualmente y, sobre todo, esa línea editorial que produce al año vastedad de novelas infantiles y juveniles con el afán de colocar otro Harry Potter en la industria y en el cine; o esas novelas con lenguaje neutral, sin rasgos regionales, casi telegrafiado, con temáticas cliché que inundan a las editoriales de habla hispana y que cada vez aspiran a la sencillez de la imagen cinematográfica más que a la complejidad imaginativa tan cara a la gran literatura; el pop japonés y coreano, ya con éxitos mundiales, impensables hace una década; o los filmes de Hollywood, cada vez más cercanos a los otros países: Duro de matar 5 (en Rusia), Slumdog Millionaire (en India), Kung Fu Panda (exaltación de lo chino), Lost in Translation (en Japón), El Laberinto del Fauno (con el imaginario ibérico) y muchas más que se me escapan al momento.

Resulta complicado deslindar lo mainstream de lo que no lo es en un mercado que se rige por las ventas, por los golpes mediáticos, como esas ideologías que se comercializan y terminan como camisetas del Che Guevara. De ahí la desconfianza que inspira la cultura oficial, lo mainstream. Nuestros ejemplos son terribles: lo único que diferencia a Televisa de Alfaguara es el formato. Y aquí poco importa la crítica que dado producto cultural ostente: vendrá otro producto a sustituirlo y su mensaje será olvidado (a ambos productos los separa poco tiempo: un año más o menos). Así es la nueva lógica que Martel devela y que abarca Turquía, América Latina, China, India, Japón, Estados Unidos, el Sudeste Asiático y Oriente Medio. Un libro polémico que moverá nuestra percepción de lo que consideramos mainstream. El texto es de lectura accesible, altamente amena y adictiva, y que no pesa para nada. Al menos, en lo personal, no me pareció nunca tedioso. Al contrario: terminé con ansias de conocer más. Quizás este magnífico libro necesite pronto una actualización para conocer de cerca las opiniones de Martel que, me parece, solo se han reafirmado en estos años recientes.

 (16-sep-13)
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septiembre 10, 2013

Justicia - Gerardo Laveaga

Justicia, thriller del mexicano Gerardo Laveaga (actual presidente del IFAI), habla precisamente de la imposibilidad de ella en un país como México. En nuestras letras, es habitual que en ciertos momentos generacionales se susciten revisiones concisas sobre la descomposición política del país, desde la magnífica La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, pasando, contemporáneamente, por La ley de Herodes de Jorge Ibargüengoitia y El miedo a los animales de Enrique Serna, hasta Justicia, novela que aborda de forma implacable las atrocidades y corruptelas del sistema judicial mexicano.

La historia parte del hallazgo del cadáver de una estudiante de secundaria con el cuello torcido y la palabra "puta" inscrita con un pintalabios en su uniforme. El problema adquiere dimensiones mediáticas debido a que el cuerpo lo han colocado en una banca del parque donde el jefe de gobierno del Distrito Federal rinde su informe de trabajo. El célebre defensor de los derechos humanos y académico reconocido, Dr. Federico Ballesteros, ahora convertido en procurador de justicia de la capital del país, deberá resolver a la brevedad posible el terrible suceso a petición (y presión) de sus superiores, con tal de quedar bien ante la opinión pública y los medios de comunicación.

Para salir al paso, y en contra de sus convicciones, Eric Duarte, quien purga una condena de cuarenta años por haber matado a su madre anciana y enferma, recibe la oferta de reducción de su condena a la mitad si confiesa el homicidio de la niña. A pesar de su inocencia, Duarte acepta y pronto es mostrado como el asesino para mitigar la reacción en el país por tan cruento crimen.

Paralela a esta historia, que es pan de cada día en nuestro país, Rosario, una compañera de la estudiante asesinada (Lucero), conoce la identidad del verdadero homicida. Pecando de ingenua, la párvula se dirige a la honorable sala de magistrados del más alto tribuna de justicia del país, con la esperanza de relatar todo lo que sabe a uno de esos señores con toga y que han jurado impartir justicia. Ahí conocerá a Emilia Miaja, la típica chica estereotipo: culta, comprometida con ideales de justicia incompatibles con la nación real, estudiante guapa y esbelta de la Escuela Libre de Derecho (con novio machista incluido, guiño satírico a Grey sino fuera porque Grey es un guiño a todos los abusadores)… en fin… quien trabaja, por recomendación de su otrora tío magistrado, en dicho tribunal en la ponencia del magistrado Carlos Ávila, el más liberal de todos.

En este desfile de ministros, senadores, estudiantes, procuradores y subprocuradores, de jefes de gobierno, de criminales y burócratas, es que se desarrolla la trama, los ires y venires de Emilia y Rosario. Una novela grandiosa en cuanto Laveaga es capaz de explicarnos desde dentro las tropelías, las traiciones, las negociaciones disfrazadas de compromisos con el bien del pueblo, los tecnicismos jurídicos que ocultan la incompetencia de los magistrados a la hora de reconocer la justicia ante sus propias narices, la incapacidad y la cólera de las víctimas y verdugos de este sistema corruptísimo… thriller fallido por la envergadura de sus personajes y procedimientos: excesiva la ornamentación que adereza la personalidad de Emilia, la chica fresona con todos los atributos físicos e intelectuales deseables para una telenovela; la innecesaria segunda persona para narrarnos la vida de ella, como si tal afectación nos deparara una psicología privilegiada; la facilidad con que nos deja vislumbrar al asesino.

Claro: si usted desea enojarse más y confirmar lo que ya sabemos, Justicia es la novela que le acercará a la vida centralizada de México, con esas decisiones estúpidas que los ministros toman en nombre de la nación. Si desea, al contrario, escapar de nuestra terrible situación y olvidarse de los periódicos y los noticieros de Televisa, aléjese de este libro. Especial mención tiene la agilidad con que se lee Justicia, una virtud (o sensibilidad) que todo novelista debería adquirir. Sin embargo, aunque Laveaga consigue una serie de aciertos, como su didactismo, su retrato puntual del bestiario que anima la vida política y jurídica de México, y la caracterización del único personaje asumido desde la primera persona, Justicia no aporta nada a la historia de la novela mexicana. A unos años, esta experiencia será olvidada, como la mayoría de los libros que últimamente Alfaguara se ha empeñado en publicar y publicitar con tanto ahínco. 

 (10-sep-13)
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